Me senté en la estación con mi guitarra, mis
gafas Ray-Ban y un par de despojos que me salían del cielo de la boca. Tostada
en mesa y mirada al aire.
Mirada tan suspendida que me percaté de un joven de unos 30 años, la edad de mi hermano quizás.
Mirada tan suspendida que me percaté de un joven de unos 30 años, la edad de mi hermano quizás.
Iba de silla en silla, disimulando, buscando un
despojo pero que, en su caso, llevarse a la boca. Me quedé en blanco, sentí
tanta pena que hasta le dejé lo que me quedaba de tostada, al fin y al cabo lo
que a él le faltaba a mi me sobraba en demasía.
Entonces comprendí lo grande que es el mundo y la incoherencia que hay en él; lo que para unos es tener el agua al cuello, para otros no sería ni el comenzar a contar la historia de sus vidas.
Entonces comprendí lo grande que es el mundo y la incoherencia que hay en él; lo que para unos es tener el agua al cuello, para otros no sería ni el comenzar a contar la historia de sus vidas.
Desde ahí, mi amada guitarra, mis Ray-Ban
negras y hasta mis pesadillas se habían convertido en meras actrices
secundarias.
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