En mi cuaderno tengo un par de
rimas, siete miradas indiscretas y algún que otro canto al desasosiego. En mi
cuaderno; allí donde se cuece y nace mi alma, brilla más el Sol que en
cualquier parte del planeta. Cuando me sumerjo en él me encuentro a mí mismo, sin
cadenas. Cuando llega el momento suspiro indiscretamente, me abro las espinas
para calentar el corazón y me zambullo en el mar de mis sentimientos; como si
de una buena tarde de verano se tratara. En él salgo, corro y conozco nuevas
partes de mí. Él es el sustento; el hilo que hace que todo lo que sale de mi
mente cobre un sentido estable, en papel.
El idilio entre mi bolígrafo y yo es
innato. Siento cada giro de mi mano como si cada sentimiento fluyera con ella,
como si cada palabra que hago nacer fuera, en realidad, una creación mía. Es
difícil de explicar cuando el simple hecho de escribir te llena, te abstrae del
mundo y, lo más importante, te hace sentir útil. Útil, a veces, contigo mismo
ya que, en más de una ocasión, me he dado la respuesta a un teorema a base de
palabras cogidas al vuelo.
Cuanto más crezco, (dentro de mi,
evidentemente, corta edad) soy más consciente de que mi mundo, el natural, no
es más que la plasmación en realidad de lo que vivo yo, o cualquier persona,
con el papel. Por suerte o por desgracia, todos vivimos encuadernados, dentro
de unas bases físicas heredaras por el azar y que, en apariencia, no nos
permite hacer más de lo que se nos dice. Algunos se encuadernan en dramas,
otros en el amor, algunos en la vida laboral y otros simplemente se conforman y
ni piensan en qué o para qué viven. A veces todo parece perdido; totalmente
establecido en base a un camino elegido más allá de lo que podamos o no hacer,
podamos o no querer. Pero, al igual que mi cuaderno, sí que podemos coger la realidad
y cambiarla; al igual que un simple cuaderno de matemáticas se puede convertir
en el mundo de mis emociones.
La clave es muy simple. No es el cuaderno el
que determina al que escribe en él. Es el trazado de la tinta perteneciente a
la línea de nuestra vida (esa que nosotros pintamos) lo que le da el valor al
cuaderno.
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