viernes, 4 de octubre de 2013

     ¿Qué marca la diferencia entre la realidad y lo que creemos que es verdad? Creo que la mayoría de las veces no nos paramos a pensar qué tenemos delante. Mucho menos nos paramos a pensar si lo que estamos palpando es o no es tal y como lo apreciamos. Es difícil. Dios (en el caso de que exista) no se portó bien en este aspecto. Al fin y al cabo, él, se inventó un juego en el cual nos encontramos metidos y perdidos hasta el día en el que nos lo encontremos. Intentar entender el mundo que nos rodea no es tarea fácil. No dudo de que han existido personas que, en su vida, ni si quiera han llegado a tener la misma idea de la vida que yo; cosa curiosa cuando, se supone, que vivimos en el mismo planeta.

      ¿Dónde está, pues, el pan que me hace igual a otro? Esta sí que es buena... ¿Dónde están las personas que son como yo? Los que me sentirán, los que me querrán, los que me amarán y los que me odiarán... ¿Dónde estarán si se supone que no están al mismo nivel que yo? Están en el suyo, con sus guerras internas, con sus balas perdidas en el tiempo... En su universo, paralelo al mío, pero que ni siquiera se entremezclan... ¿De dónde emerge la felicidad si no de las manos de uno mismo? Hay que pensarlo bien... Veamos. Supongamos que somos totalmente empáticos y que esa empatía nos hace de ese tipo de personas que necesitamos la felicidad del prójimo para ser felices... Creo que esas personas, en cierta forma, están destinadas a etapas de infelicidad crónica ya que dependen de universos paralelos que nunca serán suyos, que podrán apreciar e intentar llegar a entender pero nunca estarán en esos parámetros. ¿Quién vive mejor? Indudablemente vive mejor el que anda con la mirada perdida por la calle, ese que trata a los demás como trata a su televisor. El que mejor vive es el que vive para sí mismo, sin mirar atrás y llevándose por delante todo lo que puede sin importar la reacción que conlleva su acción.





      Para mi no hay dudas. Ese es el que vive mejor, el que está más tranquilo. Estos maniquíes de los sentimientos viven en las trincheras, observando el mundo, pero sin mancharse las manos. Tranquilos, con el único deseo de seguir respirando. El problema lo tienen esas personas que están dentro de mi club. Los otros, los amantes, los que nos fusilamos por la amistad, los que amamos a nuestra familia por encima de todo y los que no tenemos problemas en meter a nadie en nuestra familia. Esos, nosotros, somos los que sufrimos. Somos los que estamos en pie de guerra con la vida con la única defensa de nuestra propia experiencia. Los que somos así estamos a flor de piel a cada paso, porque a cada segundo no es que apreciemos la respiración que tenemos, es que la amamos. El que vive amando, vive. Vive con todas las letras. Sin excepción. Ser pragmático en la vida es algo que tiene que cercarse a apartados concretos. Pero llevar el pragmatismo a las relaciones interpersonales, permítanme, es una gilipollez. El disfrute de la vida depende mucho de los parámetros en el que se mueva nuestro universo. Mi único consejo es el siguiente: si piensas que tu universo carece de sentimientos plenos, vente al mío. A veces sufrirás como si te estuvieran quemando vivo sí... Pero el resto del tiempo es maravilloso porque todo lo que haces, lo haces con el alma.

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