miércoles, 6 de noviembre de 2013

                 ¿Dónde están los cruces de caminos? ¿Dónde quedó el azar de los infortunios? ¿Qué ocurrió con los mítines sin preguntas? A veces me reinvento y me caso con mi "yo" más profundo para poder entender todo esto. Y me cuesta. Me cuesta porque no hay respuesta alguna. Deben de ser oleadas de marea azul (o marrón o roja) que, por causas naturales, arrasan a tiempo intermitente. Debe de ser que toca o no toca, que vale o que no vale el momento exacto. Buscar es, pues, una auténtica estupidez ya que, lo que de verdad vale, es aquello que no esperas.

                   El sufrimiento entra por la puerta cuando el tiempo se prolonga demasiado. Somos personas y necesitamos lo que otros, en su interior, tienen. "Esperar a ser feliz". Qué frase más dura y difícil de acatar. Eso no se puede hacer. ¿Acaso sabemos cuando somos felices sino cuando realmente esa felicidad se nos ha ido? Pues claro. La felicidad no es una meta, es un camino y por lo general, ni siquiera sabemos que estamos allí. Ojalá fuera un sitio al que llegar y quedarse, pero que va... Más bien nunca estamos. La sentimos, la vivimos y la saboreamos. Pero como buen azucarillo, mojado, disuelto el placer.

                   Si nunca estamos, ¿qué nos queda? Precisamente lo que nos queda más allá de un momento de felicidad es lo que más valor tiene y a lo que tenemos que aferrarnos como a un clavo ardiendo: nos queda la esperanza. El sueño inmortal de ser uno mismo en plenitud emocional, las ganas de ser de nuevo una mezcla de sensaciones drogadas que pueden llegar a darnos alas y hasta quitarnos la sed.

                   Siempre queda, siempre falta. Es esta dualidad del humano lo que hace que cada segundo sea tétrico y a la vez bello. A todo esto, mientras tanto, tenemos la vida. Las montañas nevadas con miel entre los dedos, la ilusión por aprender, encerrar amigos en la memoria, poner un par de "Carmelas" en tu vida, sentir la arena fina entre los dedos y tomar la sal del mar directamente de tu piel, volar, perderse, aprender, olvidar, querer, perder, soñar, jugar, respetar, y, como no, tocar el cielo con las manos mientras son ellas las que acarician a tus amores; en definitiva: vivir. ¡Quédense con sus penas aquellos que piensan que nada tiene fin! Me niego a pensar que la vida es dolor y que todo lo demás es cal. Es un horror vivir con esta mentalidad. Nada es fácil, pero no deben quitarte nunca el derecho a vivir en esperanza. Si pierdes eso, estás perdido. Creo en el azar y en el cruce de caminos. Creo en que todo está dispuesto, solo hay que esperar el tiempo necesario para tener aquello que es tuyo por directriz vital. Amargarse es triturar tus "ganas de..." 

                  Nunca es mal momento para ir olvidándose de lo malo que nos puede llegar a parecer todo. ¿O no os pasa que hay ratos que nada vale nada y que la nada absoluta es lo único que tiene algo de valor? Pues opino yo que esa sensación es autodestructiva. Al fin y al cabo es la mayor mentira que puedes sufrir en tu vida. Cuando pasas todo esto, cuando tras una mala época vuelves a ser tú, miras hacia atrás y te das cuenta de hasta que punto la estupidez humana puede llegar a amargarte, durante un tiempo, la existencia. Ese tiempo es inaudito, es irrecuperable. ¡Qué bien sienta cuando te das cuenta que no ha valido absolutamente nada y que no hay mejor tiempo vivido que el que estás viviendo!

                  Lo más bello de la vida es vivir y me niego a perderme lo que tengo alrededor que, por cierto, es magnífico, insustituible y precioso.





(Nuestra realidad ha sido siempre una mentira) 

                       

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