Si el Dios de los pecadores, mañana por la mañana, me diera a ti una hora cada noche, sé cómo acabaría. Los primeros días, te haría el amor las horas enteras, sin dejar de besarte, sin dejar de quererte y abrazarte. Te haría mía, como si no hubiera un minuto más. Como me gusta hacértelo a ti, solo que a contra reloj. Las caricias, los besos, los gestos y las miradas serían intensas. Totalmente ardientes de pasión, puesto que la combustión del día estaría ahí, entre las sábanas de mi cama y entre tus pelos de seductora despeinada.
Si ese Dios nos hiciera eso, llegaría un momento en que te haría menos el amor. Me acabaría dando cuenta que, pasada esa hora maravillosa, desaparecerías. Entera. Como si no hubieses estado, como si cada beso se hubiera perdido entre mis muebles. Entonces, empezaría únicamente a pararme a verte hablar, caminar por el cuarto, haría una canción con tu acento, apreciaría cómo respiras, cómo miras todo lo que te envuelve. Y mira que me costaría, porque no hay ser en el mundo que me enloquezcas más que tú cuando decides hacerme el amor, pero si hay algo que me hace perder la cabeza de verdad es ver que existes en ti, como tú eres, con tu forma de ser.
Pasados las semanas y los meses estoy convencido que pocos días a la semana te haría el amor. Me pasaría el tiempo preguntando por ti, intentando entender dónde te metes cuando no estás esa hora conmigo. Me pasaría la hora hablando contigo, riendo, contándote cómo va mi vida más allá de nuestro muro del tiempo. Y lloraría, lloraría mares por verte delante mía. Te haría cada noche una noche especial, juro que no habría dos horas iguales, ni siquiera dos segundos. Poco a poco, empezaría a volverme loco por intentar sacarte de la prisión en la que estás, esa que te saca de mi. Dedicaría más tiempo en acariciarte el pelo y la espalda que en querer seducirte. Sí, de verdad, aprovecharía cada centímetro de ti, lo palparía y lo apreciaría. Sabría que se me va a ir y haría lo posible para que su recuerdo se quedara lo más fresco posible en mi memoria las próximas veintitrés horas siguientes, hasta que volvieras.
Pasarían los años y yo perdería la cabeza. Acabaría queriendo asesinar a ese cruel Dios que, pintando un regalo como si fuera dulce, me condena a tenerte sin tenerte. Si sólo te pudiera tener una hora al día me quedaría solo, solo en ti y en la necesidad de sacarte de esa maldita hora que nos condena al exilio. Sería un total y absoluto desquiciamiento y una forma de matar el alma la mayor parte de mi tiempo. Aún a sabiendas de mi fin. Jamás le rechazaría, aunque le odiaría por siempre. Quizás soy un desalmado, un iluso inepto más allá que para acá. Pero sí, aceptaría tal castigo en vida. Al fin y al cabo te tendría una hora al día. Probablemente llegaría un momento en el que en esa hora no te haría nada y, sin embargo, te lo estaría dando todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario