Salí del trance de la mañana.
No tenía dónde ir ni dónde sentar mi cuerpo.
Parecía mentira, eras una silueta hecha calor.
No te vi, ni te escuché. Solo, andaba
hasta que como un ciclón, tuve donde caerme muerto.
Tenías prisa, recuerdo.
Algo de latín y un poco de alcohol.
"Estoy muerta" sonó seis veces en mis manos
mientras a tus ojos, casi señalaba, osado.
Como si tus piernas en albornoz
me estuvieran apuntando.
He visto muchos labios en mi vida.
Pero solo los tuyos, corazón, parecen estar posando.
Recuerdo mi "Si quieres, te puedo resucitar".
Como una bala perdida en el camino del azar.
A veces la peor tentativa se tatúa en la saliva;
y otras veces el deseo no te deja hablar.
Solo recuerdo un momento.
Ese en el que el deber, las clases, el "quehacer",
la ropa sin lavar y la comida en el congelador,
dejaron de estar en tu agenda.
Princesa, aquello fue la guerra.
Sin tregua, sin armas, sin lucha y sin Sol.
Tu nombre sigue soñándose en estas cuatro paredes.
Tu nombre que nace y se esconde
en el mismo lugar donde,
por suerte,
aquella tarde en acordes de Fa
pude descubrir las olas de tu mar.
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