martes, 11 de marzo de 2014

             Fueron seis. Seis miradas de reojo. Cada una de ellas llegaban en un idioma distinto, como si fueran cartas olvidadas en botellas, en mares alejados de los vaivenes del viento. A la primera mirada le regalé las pecas que nunca tuve, le hice un jardín (sin enanitos) y le pedí al Sol que brillara un poco más fuerte cada vez que sonriera. La primera mirada significó más que cuatro pupilas entrelazadas, como podéis observar. En la primera mirada entendí los gritos, los llantos y las penas de aquellos que habían amado.
 
             A la segunda mirada (esta un poco más furtiva que la anterior) me hice hombre. Pero no hombre de machito desconsolado y caballo puro. Si no hombre de hombre, de esos que se hacen solo cuando aman, aunque el amor me cupiese en un único suspiro. Por lo general (y particularizando, para que engañarnos) soy de esas personas que no soy yo siempre, cambio y me "metarmofeo"´. No tengo problema alguno en ello. Quienes me conocen sin ataduras saben que soy bebedor-fumador, mujeriego (confeso) y muy mal amigo (cuando me dejan). Pero según qué personas tengo al rededor (y en función de si son útiles o no, buenas o no) puedo cambiar hasta el centímetro más recóndito de mi ser. En esta segunda mirada entendí que soy bien como soy pero que, a veces, ser lo contrario a uno mismo también está bien y lo peor, gusta.
 
             A partir de la tercera entendí que estaba equivocado. Que nada es negro o blanco, que no es que haya grises, si no que hay azules, turquesas, blancos roto, blancos marfil, rojos e incluso verdes. A la tercera, perdónenme, a la tercera me hice un poquito mayor. El verano era verano, y los pájaros cantaban. Hacía más calor que nunca y mis hormonas estaban con la brújula desviada. En esta tercera mirada empecé a mirar la vida de otra manera. Al fin y al cabo, a base de pruebas de vida, uno acaba sufriendo y entendiendo a partes iguales (y a un ritmo demasiado rápido, en mi opinión).
 
            A la cuarta va la vencida, pensé. Siempre lo pienso. Soy de esos soñadores insensatos de antifaz de noche que se ven a sí mismo años después del presente. Soy de esos que cuando se enamoran pierden toda clase de principios de vida. Y el cuasi putero y borracho y mal amigo pasa a ser un Romeo desconsolado que lo entiende todo y que lo hace todo por amor (me estoy empezando a empalagar). Un descentrado sin ánima aparente que se dedica por y para su causa. Algo precioso, pero en ocasiones pedante. En esta cuarta alcancé el techo; cualquier historia que vuelva a vivir será comparada con la cuarta mirada. La cuarta mirada fue la pausa más larga y más efímera que jamás viví. Cada vez que recuerdo la cuarta mirada, cual jardín del Edén, se me ilumina la cara. La cuarta era la primera. Eran la misma, pero la intensidad cambió. Realmente... ¡esta cuarta también era la segunda! Solo que cada una de ellas llegó codificada de forma distinta, cada vez que llegaban, tenía que volver a leerlas, volver a hacerme con ellas.
 
            Ahora que lo pienso... ¡La quinta también pertenece a los mismos ojos! Creo que estoy delirando. O no. Ahora que me paro y pienso y me veo y me opino. Me doy cuenta que la mayoría de las miradas que me cortaron el aliento nacieron de los mismos faros. Ahora que respiro y puedo observar el ayer desde un punto de vista casi indiferente me hago consciente de cómo a veces una vida toca a otra y la cambia y, por supuesto en ocasiones, la embellece.
 
           Ahora que soy más yo que nunca, otra vez, le mantengo el pulso a la sexta mirada. La sexta mirada es anónima, mantiene la forma que antaño pero la noto un tanto borracha. Es una mirada loca, desconcertante. Deseable y horripilante a partes iguales. Muy a menudo me dan ganas de mirar hacia otro lado, pero a partes iguales me atrae. Me desquicia como ninguna otra mirada. Juega conmigo, dejo que juegue, me divierto, la divierto, le asqueo, me asquea. Huyo y huye. Se queda para no volverse y se vuelve para no quedarse. La sexta mirada, queramos o no, en el fondo, es esa chispa, esa llama que mantiene esta realidad de locos un poco más cuerda. Aunque eso sí, no haya Dios que la entienda.
 
 
 
 
 
"La salsa de tomate de las heridas
se corta con un chute de vanidad,
los pájaros no saben de despedidas
ni dejan prisioneros cuando se van.
 
La cresta de los gallos sin gallinero
pa´l caldo del puchero del día después,
ayer no me querías, hoy no te quiero,
mañana no tendremos a quien querer.
 
Con dos o tres carámbanos en las tripas
y un billete de ida a ningún lugar,
mi jeta, mi bombín y mi buena pipa
me abrieron las ventanas del más acá.
 
No os paséis con la ley “dímelo en la calle”
le dijo "qué sé yo" a ciudadano quién,
a falta de sustancia sobran detalles,
de la estación de Francia ya sale el tren."



 
            
La séptima mirada es la fuerza que hace que uno se levante cada mañana, es la ilusión por algo que te haga feliz. Es esa duda permanente que hay en la vida que te hace saber que cualquier persona, conozcas o no, puede dar un poquito más de luz a tu habitación.

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