jueves, 8 de mayo de 2014

   
                   Una vez oí que la noche no es oscura; que los ojos vienen del aire, que la Luna miente cuando juega a las cartas. Una vez entendí que los perros escuchan; que los corazones huelen, que las luces te apagan y que las risas son de papel. No entiendo que es lo que tiene el silencio que dice más de lo que calla. Una vez me dio por nadar entre algodones de azúcar, me dio por crecer, por engañar; una vez me dio por guiñar mis dedos, por ser reflexivo con las plantas. Una vez me quise matar y acabé más vivo; sin estrella, quizás; con velocidad, tal vez. Una vez me dijeron palabras con sal, me gritaron con cuchillos; otras me vacilaron sin descaro, me abrieron las entrañas. Una vez comprendí lo que no me explicaron, me explique lo que sentía; una vez me dije a mi mismo las mentiras que cuenta la vida.
 
                   Que las piernas no puedan andar, que tiemblen. Que parezca un accidente, un desliz, algo que olvidemos. Que la vida sea una historia en secreto, algo que nos llevemos a la tumba. Sin preguntar, sin que nos pregunten. Que cada uno se vaya de aquí sabiendo que lo ha hecho mal y que le dé igual. Ese es el truco. Dejar que todo valga nada, no dejar que la nada destruya tu todo. Aunque lo intente. De lo que te recomienden, lo contrario. De lo que entiendas, lo que no. Que lo que merece la pena siempre está dentro de un cajón en el fondo de una montaña de quehaceres del deshacer diario.

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