Abre los labios,
enseña los dientes,
la lengua que habla,
los ojos que asienten;
el pelo a la espalda,
mis manos que muerden,
los sueños que nadan,
mis versos que ascienden.
Tú que te acercas,
yo que me voy;
la noche que se aleja,
yo que no estoy.
Esmeralda, negro y rosado. Así se anunciaba. Eran las tres y yo dormía, y tanto que dormía. Hace mucho tiempo de aquello; tanto que mis manos, a menudo, me preguntan donde están esos momentos, aun así lo recuerdo como si fuese ayer. La luz entraba entre las grietas de mi persiana, y yo, me removía (como si me hiriera) por la sola dolencia del brillo en la pared. Recuerdo que la cabeza me daba tumbos, mi camisa estaba sudada y había una botella vacía encima de la mesa de mi cuarto. La noche fue larguísima, y así lo atestiguaban los tacones que, sin saberlo, habían dejado su presencia junto a la entrada. A veces el despertar es peor que una tortura, al menos eso experimento de vez en cuando. Las presencias, como las ideas, son idóneas cuando se llevan a la práctica. El problema es cuando las inventas. Lo mejor de las ausencias es que las disfrazas. Al disfrazarlas te engañas, y eso, en determinadas ocasiones no viene del todo mal.
Yo me hice experto en engañarme. Y no me quejo. No es mi culpa, ni la de nadie. Es pura supervivencia; como el antílope que corre hacia el infinito sin mirar atrás aunque el león ya ni esté tras sus pies. La silla por el suelo me daba una pista sobre lo que pudo haber pasado. Quizás la ropa de mujer junto al armario pudo haber sido la puntillita a mis especulaciones. Quizás, quizás y quizás. Es curioso como funciona nuestra cabeza. La zona encargada del cerebro de mantener los recuerdos es la misma que genera la imaginación y los sueños; ergo, ¿hasta qué punto lo que recordamos es una experiencia vivida o un "recuerdo" inventado? Jamás me dolió tanto despertarme. Jamás. Habrán pasado meses y esa pesadilla sigue en mi imaginario. Me desvelé convencido de los tacones, de la ropa y de la persona que estaba a mi lado. Era tan real como la lluvia que ahora azota la ventana de este tren sin rumbo, ni dirección, que es mi vida (aunque la metáfora venga al dedillo no se engañen, está lloviendo y paso de mojarme; dejando el melodrama aparte, parafraseo a Laporta "No se engañen, que no estamos tan mal").
(Vuelvo a mi noche loca, a mi mañana de insomnio) No era esmeralda, no era negro aunque sí que era rosado. Los tacones no eran los que yo esperaba y la ropa era de una talla más; no me llenó el corazón pero sí que me dio alegría. El problema es que al llegar la mañana su presencia me era tan indiferente como la de cualquier otra; mi perro, de hecho, era más importante para mi en ese momento. No sé qué dolió mas si el echarla o el que se sintiera echada; solo sé que me dio igual y que no me arrepiento. Al fin y al cabo ser lo que a uno le sale ser, más allá del quedar bien, es lo que le hace a uno crecer. Al dormir fui uno, al despertar volví a ser yo; es más culpa mía que de nadie; pero es la vida. Solo puedo controlar lo que está en mis manos y lo demás; lo demás vuela más allá del cielo y me es imposible controlarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario