El castaño trascendía de su iris, se subía a su pelo y se expandía por sus cejas. Las gafas, cuando las lleva, les hacen unos ojos tan profundos como si de un mar sin sal se tratase. Su voz es tibia, está a dos metros por debajo del suelo; en ocasiones quebrantea, te llama sin quererlo. Te mira y se ríe, te entiende, la entiendo; es especial, siempre lo fue aunque yo no quisiese que lo fuera. Por sus hombros me deslizo como si nada, como si siempre hubiese estado allí. No quiere bailarme, pero me baila. Siempre dice primero que no, siempre acaba diciendo que sí. Te desquicia, te saca de tus papeles, te regala el cielo. Siempre es así. Y baila, y bien que baila. Lo baila todo, desde niña. Y cómo lo baila. No deja que tu corazón pare y hace que lata a su ritmo. Su cintura, una locura. Sus manos, te dibujan. Te van llamando, te apuntan, te piden que vayas... Y vas, y bien que vas. No te queda otra, o vas o te vas; y uno siempre va. Porque le gusta ir, porque sería insano no acudir a esa llamada. Sería pecado venial no comérsela, sería pecado mortal no querer repetir después de probar la fruta prohibida.
Y uno entonces no quiere pensar... Porque si piensa se desvanece el ahora, y el ahora es perfecto. Nuestro ahora no tiene imitación ni limitación. No ha tenido nunca mayor sin vergüenza delante, nunca tuve mayor inocencia dependiendo de mi. Y reíamos, no veas si reíamos. Parecía que no iba con nosotros pero iba, y bien que iba. Nos hacíamos los tontos "antes de...", nos hicimos los listos después. Las piernas se movían, me agarrabas, nadie quería irse. Ni los rayos de luz de mi cuarto querían dejar de iluminarnos, nadie quería descansar.
Hoy sigue siendo hoy; pero ya no estás aquí. Estarás mañana, pero no ahora, y eso me enerva. Desearía que estuviese aquí, en este preciso instante. Para así recordarte todo lo que te conté esta noche, para que antes de dormir no te olvides, para que sueñes conmigo.
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