lunes, 11 de agosto de 2014

            No era rubia y jamás le brilló el pelo más allá del profundo negro. Siempre sonreía; era un tornado, daba igual el tiempo y las horas, me llevaba por delante. Tenía esa facilidad (que solo tienen las personas que están tocadas por la magia) para hacerme decir lo que ella quería oír. Juro que no era que fuese tonto, al menos no me considero así, pero es mi tentación y, ante las tentaciones ya sabéis, poco se puede hacer. Blancas mejillas; morenas, quizás, en verano. Pecas y lunares en cada centímetro de su piel, cada uno de ellos colocados estratégicamente, como si se tratase de un cuadro, como si ella se hubiese hecho así misma para desquiciarme. 

               De la locura aprendemos que, en ocasiones, no viene del todo mal.

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