Las musas pueden venir envenenadas. Con vestido blanco o con escamas. Pueden venir camufladas en despropósitos que ni ellas conocen. Las musas te pueden dar el pan o pueden arañarte. Identificar a las musas es una tarea complicada. ¿A qué venís? En teoría para bien. Engañan con sus ojos, con sus manos de porcelana, con sus alas (las que te hacen volar), sus piernas, su manera de soñar. Todo lo que muestran es claro y tenue, como la mejor de las luces. Pero es lo que muestran. ¿Pueden llevar otro propósito?
No lo sé. De antemano estoy loco, loco por mi musa. Sí, la hago mía. Como si la poseyera aunque sé que no me pertenece. La acojo en mi, la mezo para que duerma. Me preocupo de que se sienta en casa, la meto en mi vida casi a presión. Intento que se divierta, que no se lo tome como un trabajo (ese en el que juega a ilusionarme). Mi musa no vuela porque ya la intento llevar yo, es dulce como ella sola.
Las musas pueden venir envenenadas. Con vestido blanco o con escamas. Pueden. Y a estas llego yo, que la miro. La miro mientras ríe, mientras duerme. La miro y me pregunto: ¿qué más me da a qué venga si de mientras me hace estar en otro mundo? Las musas asustan porque valen. Las musas no llegan así como así; pocas musas reales existen. Cuando llegan te acojonas, te miras un poco hacia dentro para preguntarle a qué ha venido; aunque adores que esté, te aterra la posibilidad de que esté para irse mañana. Esa son las reglas; tú las aceptas, tú las tienes. Y de mientras, todo lo demás queda en un olvido lejano, un olvido que participará de ti y de ella y que será el que diga qué sucedió después de abrir la caja de las decisiones controvertidas. Esa caja que da miedo hasta mirar, esa caja que te hace pensar cosas como este texto; texto que, a la vez, habla y se inspira en mi musa. Texto que titubea entre el miedo y la alegría, entre el terror y la ilusión. El miedo es una parte esencial de todos nosotros; al fin y al cabo, nos avisa de que algo grande está cerca. A veces el miedo no es necesario, pero nos da pistas. No hay mejor miedo que aquel que te produce una musa; no por nada, sino porque miedo producido por musa, miedo que afrontarás hasta las últimas consecuencias.
(La emoción del que sueña y "pesadillea" a la vez es emocionalmente inviable... e imperdible)
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