Lo que yo quiera contarte es cosa de mis manos.
Ni más, ni menos.
Nunca hablo en vano,
al menos eso creo.
Lo que digo te lo cuento
y lo que no, lo callo.
Porque todo vale en esta vida mientras sea sano.
Y tú lo eres. Desde que empiezas hasta que acabas.
Eres ese detalle,
ese punto de emoción
que debería de tener toda vida.
Ese sin ti más allá que será contigo.
La entonación de mi oración,
esa que nace más allá de tu ombligo.
Estás, estás ahí.
No te veo pero estás, agazapada en tu raíz;
mirándome como si no hubiese un mañana,
como si no supiera que me miras.
Como si cada una de tus palabras no tuvieran ya la pica.
Solo falta el martillo.
Ese que acabe la faena, ese que nace del tiempo,
que muere con mi aliento
y que está más allá que acá.
El reloj corre y avanza, a mi favor.
¿Qué le vamos a hacer?, me pregunto. ¿Huir de lo que viene? ¿Hacernos los tontos?
Es nuestro asunto, suene lo que suene esta canción nos toca a nosotros.
E intento respirar,
joder que si lo intento.
Y mirar,
más allá del sur, más allá del tiempo.
Y te veo, te veo allí, al final del camino.
Observar,
con tu sonrisa de niña, con tus lunares de color miel.
Sonríes sin querer.
Y sonrío,
como un niño, como si fueses mi juguete nuevo.
Como si todo lo que está en mi hubiera llegado por esa forma de utilizar los labios.
Como si todos los agravios
de la vida
hubieran pasado ya de corrida.
Y andas, andas hacia mi lentamente;
aparentemente,
como si no lo supieras, andas de reojo,
a tu antojo,
como si no hubiera ayer ni mañana.
Como si el tiempo que nos está creando fuera el único motivo por el que seguir andando.
"Yo me dije; cuidado, chaval, te estás enamorando"
decía Sabina, cantando.
Y aquí estamos, mirándote de lejos.
Como si no me hiciera viejo,
como si estuviese pasando.
No hay comentarios:
Publicar un comentario