Ella era mía como la noche.
Me pertenecía.
Me sostenía la mirada.
Se fue como se va el sol.
Brillando.
Como si nada.
Sus manos escatimaban en gastos.
Sus dedos se despedían.
Y se giraba.
Siempre se giraba,
llorando.
Eso querían mis ojos creer,
mientras bajaba la calle.
Eso parecía ser
lo que pasaba.
¿Qué fue de nuestras voces?
¿Y de las postales?
¿Dónde estaban?
¿Dónde quedaron nuestros segundos?
¿A caso no se cayeron?
¿A caso no están en otro mundo?
Se paró el vaivén.
Ese vaivén que era ella.
Ella que me pertenecía como la música,
era luz y calor.
Ella escondía fríos acordes
en su cajón.
Ella que duerme mientras escribo
quedó fuera de aquí, en nuestro olvido.
Ella que solo me habla en los sueños,
en las fotos,
se hizo grande y sin dueño
entre mis platos rotos.
Yo que tiré para Nueva York
ahora escribo desde un taxi.
Ella que robó mi corazón
ya no vive esta vida.
Esta tesis.
Esta oscuridad que se complica.
Este trabajo sin remuneración
quedó entre tu y yo.
Entre las estrellas y el mar.
Con sabor a luz, con sabor a sal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario