jueves, 19 de enero de 2017

                Llegas a una estrella. Con su vida, su luz, su alma. La investigas, te sitúas, la haces tuya; la quemas. Te mata. Huyes, pero no escapas. Te ha iluminado. Ya no ves. Te ha cegado. ¿Y ahora qué?

                Vuelas por el espacio, tan gélido como de costumbre. Vacío. El tiempo pasa. Nada brilla. Lo asumes. ¿Y ahora qué?

                Todo se para. Se apagaron todas las luces. Todo falla. Te cierras de bruces. Miras y no ves, se perdió el viento entre los barrotes. No responde el mando, los motores se quejan. Aquí no hay estaciones, ni mar, ni montañas de luz entre sus cejas; faltan llanuras, playas, sal. Explotó la armadura. Se secaron los peces de ciudad, al sol. "¿Pero y ahora qué?" Repitió el corazón.

                 Un tren, una mirada, diez mil viajes, las capitales, medio bisiesto, los aviones, las blusas, las musas, el cielo, tus soles, tu piel, los disfraces, mi sed, la medianoche, los coches, las cartas de amor que no quisiste, los espejos que miran para otro lado, tu andar, mi estrés, los helados; yo que no llego, el taxista que acelera, la ambulancia que parece una nevera, algún idiota de medio pelo. Mi pecho que se tambalea, mi cielo que se vuelve estepario. Tres flechas y media canción. Adelita con el comisario.

                ¿Y ahora qué?


                 

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