miércoles, 25 de enero de 2017

No hay ventajas cuando se trata de crecer,
la vejez
siempre es un plato frío que te mira desde lo alto de la mesa.
Se hacen tensas
las siestas de madrugada,
suenan empañadas
y alejadas del sueño.
Se hace eterno
andar sobre cristales,
los viajes sin postales,
la sed.
Se muere nada más nacer
y no por elección
sino por devoción:
la muerte es el precio.
Los necios
siempre se pasan, nunca llegan.
Los viejos saben del diablo
más de lo que tú y yo aprenderemos viéndonos a diario:
culpa de los besos que ciegan.

Existen horas en las que caminar es obligatorio,
en las que cierran los observatorios
y solo se observa el alma.
Existen cielos en calma
que no me pertenecen,
más de mil motivos por los que seguir,
una cuestión que me envilece.
Muere la lluvia cada mañana casi por imposición,
se alegra el sol de existir
una vez por semana
cuando babea al ver que sus hermanas
siguen dando vueltas.
Conmigo dentro como si no existiera.

La razón carece de sentido.
El corazón puede latir
aunque quiera ponerse el sombrero, no mirar atrás y salir.
Porque es su cometido,
porque no sabe hacer otra cosa.
"Porque entonces, ¿para qué has venido?"
Le pregunto mientras me cambio la ropa.
"Y yo qué sé, si me pierdo por las esquinas.
Anímame a no arder,
a formar parte de esta llama que se ahoga
y que se muere en vida."
Me escupe entre sístole y diástole,
resultándole indiferente mi arritmia.


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