Ahí fuera hace sol, y no me quejo.
Cuanto más lejos
sueño
más veces me despierto.
Y ahora que te miro desde mi casa,
la sala
se vuelve turbia.
Siempre quise escribir como Sabina
y tener un par de musas
al día.
Perderme alguna vez por Rusia,
ser parte de una orgía.
Pero no me quejo, ¡no me quejo!
Hace tiempo que me suenan a nuevas todas las canciones,
que las estaciones
se repiten.
Una vez soñé con odiar los abrazos,
con aprender a volar sin alas;
la última vez que me enamoré de ti fue porque me dio la gana.
Y ahora, el humo se congela
y los gatos me observan al pasar;
los que me quieren ya no me dejan ni beber ni fumar,
no puedo permitírmelos.
No me puedo quejar.
Y yo que nunca aprendí a cantar
me subo al escenario cada viernes,
entre muy pocos gritos;
a ver si por casualidad
apareces por la puerta.
Suena a juglar de encanto,
pese a que aprendí a tocar la guitarra entre trenes de madera
que ardían.
La última vez que miré mi salud me salio el trece y negro,
y me dio igual,
pese al posible infarto;
hace siglos que no me entero de la ansiedad,
que solo bebo
tu zumo de melón
con pezón
de sandía.
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