Su pelo era el Mar Rojo
y en una barquita pescaba
en mis pupilas.
Su cintura bailaba
al ritmo del sonreír de mi tacto
y en su corta estatura
abracé sus cosquillas.
Solo hablaba de mi,
sin cigarro en la mano.
Siempre me gustó su perfume,
y yo feliz de que no lo haya cambiado
me atreví a bebérmelo.
Me susurraba algo que parecía latín
o eso quise leer en sus labios.
En la oscuridad me anclé a su espalda,
me desquicié despacio.
Y bajo las sábanas sembré
un mar de caricias y besos
y eso que no estábamos en temporada.
Se quedó a mi lado
y durmió.
Descansó
como en un domingo de resurrección.
Lo que unió la historia
lo acabó diviendo el despertador.
Y ahora la tengo
andando entre los andamios
de mi corazón bendito
preguntando a cada persona que dónde estoy.
Y eso que no me he ido.
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