domingo, 5 de enero de 2020

Eras tú.

Soy el cuchillo y el costado,
los cuatro segundos de duda,
el grito, el dolor,
la canción que me destroza.
Soy la ceniza del cigarro,
mi alma pidiendo ayuda,
mis ojos cambiando de bando,
una seta en una carroza.

Tengo un agujero
que se alimenta por mi pecho
y profundiza por la espalda
donde quepo yo
donde cabes tú
y mi playa.
Y en él se cae mi alma
mi suero, mi voz.
Y nacen niños ciegos por la mañana
que ven la luz si beben alcohol.

No soy estos versos de verdad desnuda,
ni esta sal en mis mejillas.
No soy tu recuerdo
ni mis penas ni mis miedos.
Sí estoy hecho de tus besos
aunque eso ahora
ni pincha ni corta
y, además, parece un sueño.

Ya ni sé cuando era yo.
Ni mis manos tocan como tocaban.
No sé cuándo estuve feliz la última vez.
Aunque si sé que por aquel entonces nos ocupábamos del mar.
Y no nos daba miedo viajar a lo desconocido.
No puedo ponerle fecha a la última vez que hice el amor,
aunque sí sé que fue la última vez que el amor me visitó.
No sé en qué callejón estoy,
sí sé dónde quise estar.
Y sí, sí sé dónde me perdí.
No sé dónde estaba la última vez que me sentí cómo en casa,
pero allá donde fuera
eras tú.

Y ahora no tengo techo
y mis pies vagan descalzos por mi incendio.
Y con las manos desoladas
en silencio
recojo los restos del naufragio.
Haciendo de tripas corazón
y dejándote libre
con más pena que otra cosa.
Para que así vivas lo que soñaste
y yo, al menos, pueda verte bailar
entre los barrotes
qué mis propios demonios crearon.

No hay dolor más insoportable
que tener que obligarme
a olvidarte.
Obligarme a conseguir que seas nadie.
No sé escribir estos versos.
Solo me sale algo si te pienso.
Y eso, claro,
poco ayuda.
No pude entonces.
No puedo ahora.
Ya para la eternidad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario