La conocí tomándose un café y a los pies de unas escaleras
en la que los cantantes no eran bien vistos.
No era rubia ni morena
pero en sus ojos se podía leer la sal que había en su infancia.
Había llegado allí a descubrir el mundo;
yo, no podía enseñarle ni una calle.
Pero eso no quitó que me cautivara,
como cautivan las grandes canciones.
No pude evitar caer en sus redes como pescaito que lleva la marea
y eso que huí a tiempo,
aunque los segundos siguieron quemando pasada la tormenta.
Más de un lustro que no la oía.
Ni falta que hacía,
era viento de levante en la noche.
Siente a veces tanto uno que al final de la cita no quedan reproches,
aunque haya sido un mueble más al final del pasillo.
¿A dónde quieres que vaya yo?
Si nunca supe querer y, las pocas veces que he sabido,
no me han querido.
Doctorarse en ropa y sudor es difícil en según qué burdeles;
y más si no hay mostrador y las trabajadoras, del corazón,
se van de huelga cuando apareces.
"Estás demasiado guapa", nunca supe mentir.
"Nos vemos pronto", volando por el cielo.
Y en cuanto cogí el coche supe que había acabado febrero.
Y empezó a sonarme el móvil.
Y ya todo había pasado.
Hay mal de amores que duran lo que dura el largo invierno.
Toda una vida en un hasta luego.
Una mentira pegada al teléfono:
"Ojalá que volvamos a vernos"
y a partir de aquí.
Como si hubiéramos muerto.
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