domingo, 23 de febrero de 2020

No sabes lo que me va a costar envejecer sin ti.
La de días que voy esconderme detrás del mundo para que me proteja.
Cuántas veces me digo "¿Pero qué coño hago yo aquí?".
La de años de vida que cambiaría yo
por tenerte ahora escondido tras la puerta.
No sabes lo que te pienso, lo que te echo de menos.
Lo que me dueles.
Lo que me duele no tenerte todos los días.
Puede que ahora estés bailando frente al televisor
mientras yo sollozo recordando tus piernecitas;
borracho y sin dirección.

Me duele tanto que nunca pude escribirte;
siempre me han sangrado los ojos a sal viva cada vez que lo he intentado.
Me anclas al mundo con la misma fuerza que tiene la gravedad.
Solo sé vivir mirando hacia otro lado.
Al mismo tiempo esto me reseca.
Ni puta idea de cómo acertar.

Eres dulce de leche desde el primer día
pero me mata recordar la primera carcajada que tuviste.
Supongo que, porque de un recuerdo tan bonito, explota una idea demoníaca que me apunta con el dedo y me dice "No estarás en muchas más primeras veces"
y eso me parece demasiado cruel,
hasta para un tipo como yo.
Estuvimos en el mar y vivimos entre montañas
y no hubo día que tu forma de despertar no fuese para mi el momento más importante.
Y no puedo parar de imaginarte sonreír,
y no puedo dejar de tener ese recuerdo
de la misma forma que no puedo aguantar el agua entre mis manos.
Se me escapa.
Joder que se me escapa.
Y te vas.
Te has ido.
Y yo me muero.
Nadie va a entender lo muerto que estoy por dentro.

Libros, canciones, gateos, pijamas, potitos, pañales, cansancio, risas.
Todo en el suelo,
tirado por el viento.
Y en mi mesita de noche, tu foto,
aunque no la necesite nunca.
Y los lunes me pongo el disfraz y me tiro a donde sea
y los viernes miro al techo a altas horas a ver si ha sido todo una pesadilla.
Nadie puede entender el socavón que tengo aquí en el pecho
y que crece en todas direcciones como se expande la luz de una estrella en el firmamento.
Socavón que se inunda cada vez que te tengo y que solo yo intento llenar.
Quizás sea una batalla demasiado grande para llevar a cuestas uno solo.
Carguen sus maletas.
Prefiero silenciarme, aguantar la respiración, matarme.
Y verte en la lejanía. Aunque sea veneno.
Creo que esta es la peor poesía que he escrito jamás.
Sin embargo es una de las que más están en mi alma, con absoluta diferencia.
Todas las mañanas los pájaros vuelven a cantar.
Los miro en silencio.
Me joden la fiesta.

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