Si supiera pintar tendrías ya tu propia galería.
Y en todos los cuadros saldrías
con los pelos alocados,
la mirada acoplada a una sonrisa
y con la piel tan fina
que cualquiera podría verse en tus mejillas.
Junto a cada cuadro habría un poema.
En algunos hablaría de ti,
de lo que eres;
en otros de lo feliz
que le harías al mundo
en cualquier momento de la historia
que le hubiese tocado coincidir contigo.
Puede que también hablara de las fiestas que despiertas en mi,
de cómo me pones nervioso.
O puede que simplemente me pusiera a describirte
desde los pies hasta tu pelo,
acariciando la curvatura de tu espalda,
parándome en tu pecho,
contando los segundos que hay
desde tu bajo ombligo hasta tu garganta
si hago el camino intercalando
caricias con besos.
Creo realmente que si tuviera esa galería
no dejaría
entrar a nadie.
Puede que los pintara con mis manos.
Sí sé que cada noche utilizaría
tu cuerpo como lienzo
para tener la excusa
de atarte desnuda
y crear un par de universos.
En todos ellos se apreciaría
que he llegado a la conclusión
de que, si me pareces solo un poco más preciosa,
creo que colapso.
Y no sería extraño
que en un rincón de la sala
tuviera guardada
una botella de vino
para que cuando llegaras de trabajar
nuestra única preocupación
fuese encontrar el punto de tu piel
con más ganas de ser desnudado.
Allí tendría un colchón en mitad de la habitación
y tú bailarías.
A veces te enfadarías
para que luego te convenciese con mis dedos.
En verano con el calor no existiría la ropa,
en invierno con el frío, tampoco
y todos los miércoles serían de fiesta.
Las lunas y los soles estarían en tus ojos
mientras yo admiraría el espectáculo de tu sola presencia.
Y cuando te fueras aprovecharía el tiempo en echarte de menos,
para que así cuando volvieses no notaras que tú misma te habías ido.
Y volvería a contar tus lunares,
tus maravillosos lunares.
Cuantas veces te estremezco.
Volveríamos a mirar los cuadros.
Suspiraríamos los dos.
El arte es querernos.
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