lunes, 24 de febrero de 2020

Suelo escribir mi vida a lápiz
y voy borrándola con la mano
como un zurdo
que más diestro
que siniestro
olvida lo que hizo ayer
para no tambalearse
mientras cocina el menú del día.

Me he dejado
en el supermercado el pan,
junto a la alegría.
Y ahora empujo con el dedo
lo poco que queda de mi
en el punto cero
del atasco.

Juego a que no juego
inventándome las reglas
de una existencia que nunca ha sido mía.
Y mientras pierdo y me llevo un chasco
me busco en los charcos
de un desierto que grita de agonía.

Mando callar a mis fantasmas
cuando hacen de despertador.
Y me oculto entre largas y variadas piernas
esperando que sean ellas
las que hagan de consolador
pese a que me importan una mierda.
Ellas.
Y su mal humor.

Mi pobre corazón,
que late por costumbre,
se ríe a carcajadas.
Absorbiendo el humo
que le llega de la desgana
que emana
de esta mala lumbre.
De vez en cuando se apaga la luz
y es nuestro reflejo
el que me ciega
y me destapa.

Me ahogo como pez en el agua
cuando te imagino preparándote,
cuando le acaricio el pelo antes de dormir,
cuando ya te has ido.
Me quemo como las brasas
cuando abro los ojos,
faltas en la casa
y no eres nada mío.
Entonces, crecen las ojeras
ignoro las tascas,
se me hacen las horas viejas
y mueren las miradas.
Las miradas que nunca fueron mías.
Ni de nadie.

No hay comentarios:

Publicar un comentario