¿Cuánto cuesta tener el sol?
Pensaba yo mientras ella estaba tumbada en su sofá; con su camiseta gris a manchas, ausencia de sujetador y tanga negro, mirando la tele como quien no mira nada.
¿La verdad? No sé cuánto cuesta. Ni puta idea. Sí sé que se puede tapar con un dedo y hacer como si no estuviera. Aunque te siga quemando. Aunque siga siendo el mismo cabrón todos los días o aunque sea el más dulce de los sueños. Si te propones taparlo con un dedo, lo tapas. Y mientras tanto van pasando los días, se nubla el cielo, llueve, truena y tú... Tú sigues como un gilipollas apuntando al cielo mientras una rizada sigue mirando a la televisión con la mente en blanco.
Lo tenemos todo. Todo. La solución y el problema. Y aún así, nos pasamos la vida haciendo como que no tenemos nada. Buceando en una burbuja mientras que hacia delante está el océano y, hacia los lados, nuestro reflejo negando con la cabeza (o afirmando) por la dirección que estamos tomando.
-¿Me pasas la manta?
Joder, ponte unos pantalones. No puedo parar de mirarte el culo.
+Claro, cariño.
Un día me levanté y todo este sol estaba ciego. No sé si fue ella con su miedo patológico a todo o si fui yo, perdiéndome tanto en ella, que acabé con miedo a cualquier empujón al abismo que se le pudiese ocurrir (¿sin darme cuenta?). La cosa es que daba tanta luz que aunque pusiese el dedo, la mano, me ocultara tras una puerta o simplemente cerrara los ojos, finalmente, me iba a atrapar. Y quemar. Quemar vivo. Y creo, además, que hubo un momento. Un instante de toda nuestra historia en el que yo supe que iba a ocurrir. Pero soy un imbécil patológico para lo bueno y para lo malo, y decidí avanzar como si desde mi sitio hasta el precipicio alguien fuera a menear su varita para que yo siguiese flotando en ella.
+Te voy a echar de menos. Mucho.
Ni ella ni yo ni nadie puede imaginarse el fin de un cuento. Ese instante en el que abres un libro y poco a poco empieza a embaucarte. A engañarte. Hace que lo leas vendiéndote una historia que no existe, aunque te hará creer en ella. Y después. Después acabará. Como acaban todas las cosas. Y para cuando eso ocurra todo lo que había antes del libro habrá muerto inexorablemente.
-Mi vida, son solo dos semanas. Pasará rápido.
Pero el tiempo nunca va rápido para los que tienen prisa. Ni lento para los que no. Y yo voy siempre a deshora. Y tú eres todos los idiomas. Y todos mis días. Y yo solo un corazón que palpita tu nombre a contratiempo.
Y a las puertas de un colegio la abracé por última vez. Jurándonos vernos pronto. Aunque fuésemos ciegos. Porque ella vio en mi una estaca de la que huir y yo vi en ella un pecado difícil de atrapar. Porque ella no supo esperar y yo era la espera.
Y ahora cada vez que enciendo el televisor y dejo la mente en blanco pienso en ella. Y pongo el dedo para intentar tapar la pantalla. Pero no es lo mismo. Y me pregunto si habrá algún imbécil a su lado pensando que ella es el sol (como lo hago yo) y creyendo que su dedo hará milagros.
Aunque de sobra sé que eso es imposible. Que alguien la vea como el sol que yo la veo, me refiero.
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