Cada mañana al despertar
una duda recorre tu mente.
Espinosa, desnuda.
Llena de sinrazón,
se deja agasajar por cualquiera.
Te persigue, te busca.
Se camufla en tus carcajadas
pero te atraviesa
de la misma forma que lo hace el amor a un hijo.
Es indudable, está tras la puerta.
Estás a ciegas. Aunque te parece de día.
No existe consuelo.
Los trenes han parado
y el océano de tus labios
está cada vez más seco.
Ya estás fuera de tiempo.
Y no puedes hacer nada.
Y lo sabes.
Y lo sé.
Frente al espejo, la lejanía.
A ratos ni te aguantas la mirada.
Solo acudes tú a tus letanías.
Ni tu antigua juventud sabe ya cómo recogerte el pelo.
Entre tus plegarias has encontrado una mentira
que vive
solo
porque se le pide
que viva.
Pero Dios hace oídos ciegos
y la tristeza no entiende de pastillas.
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