Cuando salgo a trabajar
siempre me paro a pensar
en el color de tu falda
y me fumo el amanecer
recordando tu querer.
Hago como que no me haces falta.
Las chicas de ayer pensaron que las quería,
yo juro que lo intenté.
Pero ni yo me lo creía.
Cuando salieron por la puerta
me puse a escribirte.
Huele la pasión cuando está muerta
y no suelo avisar antes de irme.
Algunos viernes por la tarde
me paseo por nuestros lugares
y me miro en el reflejo
de los recuerdos que quedan lejos.
Y me veo lento y perezoso
mirando a otras chicas.
Me quejo de lo que ven mis ojos
pero las manijas están perdidas
y el reloj es rencoroso.
No puedo sanar mis heridas
ni tampoco lo busco.
Hice de mi dolor, lo justo.
Y ahora me perteneces
aunque no colorees mis días.
También aprendí que no es necesario
aunque me falten rosarios
para pedir tu vuelta.
Y mientras que no trepas por la ventana
me pongo yo el disfraz,
me río de las canas
que uso para ligar.
Y tú, cautiva y desarmada,
vives enclaustrada
en una cárcel de lodo.
Que arde cada dos noches
con tus latidos sordos
agarrándose a una plusvalía
qué nunca será tuya.
Miras para otro lado
como si el pasillo
no preguntara extrañado
por mi ausencia.
Y abres al del súper sin mirar por el visillo.
A ver si ha cambiado el tiempo
y soy yo el que sube la merienda.
Pasan las horas
y los dos estamos a solas
por más que estemos acompañados.
Y tus chicos también lo saben.
Pero prefieren estar agazapados,
creen que cambiará el aire.
El viento va a su bola
y cuando el frío aprieta
todo está congelado.
¿Qué te voy a contar que no sepas?
Si sabemos por dónde sangramos.
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