Cuando dos personas se quieren sobra el olvido. El recuerdo es una idea fija en la mente; como cuando tienes hambre, que no puedes olvidar que tienes hambre. El tiempo pasa desapercibido, aunque pasen años: el peso de los besos, las caricias, el amor verdadero, la felicidad y las risas siempre se mantiene.
Cuando es de verdad, el terreno recorrido separados siempre parece estar cojo y el alivio de estar cerca del otro se torna extraño, sobre todo cuando ya te convenciste, mentalmente, de que no podía ser; aunque el corazón se llevara las manos a la cabeza todo ese tiempo.
Cuando dos se tienen dentro, el segundero, siempre encuentra una excusa para unirlos. Un café, una pelea, qué más da. En ocasiones la paz del alma solo está cerca de esa persona, aunque la cabeza esté en guerra y la vida te gire la mirada sin escucharte. Porque, de vez en cuando, caen gotas del cielo para llenar de vida un campo que parecía seco y muerto.
El azar es azar porque no tiene dueño. Como el amor, no podemos elegir a quien queremos. Sí podemos, cuando se nos ha dado ese regalo, demostrarlo hasta el final. Y eso no significa ser perfecto. Eso significa afrontar los obstáculos, sean los que sean. Cuanto más altos ellos, más altos tú. Y cuando nada tenga remedio, ser fiel a ti mismo. Querer hasta en la despedida para facilitar que ese amor brille, donde tenga que brillar, aunque no ilumine tu cueva.
Porque eso es el amor verdadero. No tener condiciones a la felicidad del otro.
En ese sufrimiento está el cumplimiento de una promesa que siempre fue tuya: te haré feliz toda la vida.
Que así sea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario