lunes, 1 de junio de 2020

Después de ti los besos que te debo se hundieron en el mar.
La felicidad que tú me das se secó en seco y tuve que aprender a saltar sin que me ayudaras desde abajo.
Allá donde eras mi mente estaba y por donde yo pasaba las flores se parecían a ti.
Las ojeras eran el producto de no dormir por acariciarte demasiado en sueños.

Por motivos obvios ya no pude volver a amar.
Las noches de excesos y arreglos bananeros no llegaban ni a la categoría de atajo.
Allá donde estaba yo no era y por donde pasaba le giraba la cara a esas flores que se parecían a ti
Mi corazón ya no hablaba y la sangre, intentando darme una lección, me ardía de los pies al pecho.

Jamás he conocido a nadie con quien mejor pueda definir "sentirse como en casa".
Solo tenerte al lado era estar tranquilo,
jugar contigo al amor es el mayor regalo que podía recibir desde cualquier lunes tarde hasta cualquier domingo de noche.
Contigo aprendí que querer no tenía horas
y, si las tenía, solo eran contigo.

Tu boca, tu dulce boca, siempre era un sitio al que acudir para salvar mi alma
Y cuanto más feliz era yo más feliz eras tú y era imposible no ir por ahí volando como si no existiéramos más que nosotros.

Luego fuimos tres.
Y la felicidad que se encerró sola en una bolsa de arena dejó un letrero que ponía: me voy para florecer.
Y ardieron las calles, el tiempo ahogó.
Tú no podías ser de nadie.
Yo no quería.
Y en cada uno se paró medio corazón.
Esperando el día
que todo volviese a encajar.

Vivo tanto tiempo conviviendo con tu fantasma que hasta le he cogido cariño
pero no hay día que no quiera apagar las velas, destrozar el marco de un portazo y salir corriendo a donde estés.
Quedar como un idiota.
Y quedarme contigo.

Ya está bien por hoy.
Mañana volveré a escribir sobre cómo me enamoras.






No hay comentarios:

Publicar un comentario