martes, 15 de marzo de 2016

Nací el día que comenzaste a llorar. Con tus primeros pasos empecé a ver el camino. A medida que crecías mi alma te buscaba. Ya besabas cuando mis manos se ponían a la cola.

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A donde mirabas creabas mis aspiraciones.
Donde soñabas se me antojaba creable y para nosotros.
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Te imagino joven, en tu jardín. Es verano y de fondo suenan canciones que en el futuro amarás. Estás de blanco, dulce y pequeña. Con tu sonrisa inolvidable, jugando.

Te veo entre flores amarillas, hace sol y la piscina brilla mientras su reflejo ilumina la pared de tu casa. Dentro, tu madre, te mira desde la ventana.`

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Estás en el césped disfrutando de un momento, aparentemente, insignificante.

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Sin embargo, lo que está ocurriendo es que yo, años después y como el que no quiere la cosa, (con mi nave del tiempo) ando observándote.

Este momento es nuestro. Crees estar disfrutando de nuestra brisa marina, en realidad estás dejando que yo disfrute de ti.

Miras al cielo, esperas.

Ahora te vas. Llega alguien en tu busca. Desde aquí; desde mi rincón, solo alcanzo a ver cómo empiezas a caminar hacia tu puerta. Puedo seguir la estela de tu vestido hasta un poco más allá de la piscina.

Ya no estás. Pasan las horas. Sigo esperando a que aparezcas.

Me despierto y no estás al otro lado de la cama. Espero que al levantarte de tu jardín salieras a por mi.