Eufóricos latidos en las canciones de cuna de mi vejez. Sonetos hechos acordes que vigilan las entradas de mis oídos. Con eso me atrevo a respirar, con eso me quedo a la mitad. A la mitad de las noches en vela que tengo y que tendré. Con un poco más me duermo y si me quitas una parte me despierto para cantar al alba las mil y una noches que acabé por perseguir bajo dunas de papel. Cambio risas por ataques de tos; de esos que nacen del centro de la cama, de los que te dejan sin respiración como si estuvieras en plena maratón hacia el viento; de esos que te arrebatan el alma.
Casi llego al momento esperado, ese con el que sueñan los amantes de las lunas del placer; estuve a medio suspiro entre el infierno y el cielo y sin embargo quedé sumergido en el insólito universo del limbo. Casi me vi desesperado cuando vi pasar delante de mis ojos el tren del desatino; casi, casi, casi… Y digo casi porque vi que estaba en llamas; flores en un sinfín de desgañitados gritos hacia el horizonte, sin alegría ni vida mía que pudiera alegrarme los despertares.
Hoy renazco una vez más para cambiar las migas del querer. Hoy me caigo del cielo para sumergirme en la pasión del que no se espera nada. Hoy tengo la suerte de que todo lo que tengo, lo quiero. Hoy puedo levantar la mirada y saber que no hay nada que me pueda hacer caer en el camino. Hoy soy yo, más yo que nunca. Hoy tengo más ganas de vivir que el que no ha nacido. Hoy, me despido, como más de una vez he escuchado ya, porque me quedo.