domingo, 12 de febrero de 2017

Por ser humano.

Te bajaste del tren y a toda prisa,
la risa era el acento del alma,
el veneno estaba en la repisa,
desafiante, como si no supiera nada.

Llovía, y tú sin paraguas.
Corría, el sol sin despedirse;
la Luna bailaba entre montañas,
el taxista no sabía si llorar o morirse.

Tu casa era un barco encallado, 
a los pies de tus pupilas;
cada vez que en tu mar me he mareado,
me desperté en la orilla sin zapatillas.

La tostadora no funcionaba,
la puerta chirriaba,
y el colchón se encogía.
Cada vez que recuerdo esa alarma,
me sube el frío hasta las rodillas.

Tu adiós: claro y conciso.
Mi pecado: el haberte conocido.
Iba río abajo, con permiso
pidiéndole paso a Narciso,
sin otro motivo que el de tus manos.
Fue un fallo amar a tu servicio.
Erré; por ser humano.

sábado, 11 de febrero de 2017

No me quejo.

Ahí fuera hace sol, y no me quejo.
Cuanto más lejos
sueño
más veces me despierto.

Y ahora que te miro desde mi casa,
la sala
se vuelve turbia.
Siempre quise escribir como Sabina
y tener un par de musas
al día.
Perderme alguna vez por Rusia,
ser parte de una orgía.

Pero no me quejo, ¡no me quejo!

Hace tiempo que me suenan a nuevas todas las canciones,
que las estaciones
se repiten.
Una vez soñé con odiar los abrazos,
con aprender a volar sin alas;
la última vez que me enamoré de ti fue porque me dio la gana.

Y ahora, el humo se congela
y los gatos me observan al pasar;
los que me quieren ya no me dejan ni beber ni fumar,
no puedo permitírmelos.

No me puedo quejar.

Y yo que nunca aprendí a cantar
me subo al escenario cada viernes,
entre muy pocos gritos;
a ver si por casualidad
apareces por la puerta.
Suena a juglar de encanto,
pese a que aprendí a tocar la guitarra entre trenes de madera
que ardían.
La última vez que miré mi salud me salio el trece y negro,
y me dio igual,
pese al posible infarto;
hace siglos que no me entero de la ansiedad,
que solo bebo
tu zumo de melón
con pezón
de sandía.


martes, 7 de febrero de 2017

A los pies del cañón.

De nada vale lo que todo sabe,
a tres metros del par huele a consuelo.
A mares y a nones, entre el conmigo y el cielo
me miras como el marqués de Sade,
sin remedio.

Luego se te antoja una sonrisa,
a pesar de las cornisas
que emborronan el alba.
Aquí a los pies de la nada
donde todo vive entre incontrolables suspiros
prefieres pasear al borde del cañón
que impedirme navegar
por las olas de tu ombligo.

Aquí que no soy ni mio
ni calienta mucho el sol,
me pongo a escribir.
¿Qué mejor lugar
que en el que no corre el aire
para poder fingir
sin aparentar
que no soy de nadie?

¿Qué mejor lugar
que en el que corre el aire
para poder decir
sin aparentar
que te quiero más que a nadie?