la risa era el acento del alma,
el veneno estaba en la repisa,
desafiante, como si no supiera nada.
Llovía, y tú sin paraguas.
Corría, el sol sin despedirse;
la Luna bailaba entre montañas,
el taxista no sabía si llorar o morirse.
Tu casa era un barco encallado,
a los pies de tus pupilas;
cada vez que en tu mar me he mareado,
me desperté en la orilla sin zapatillas.
La tostadora no funcionaba,
la puerta chirriaba,
y el colchón se encogía.
Cada vez que recuerdo esa alarma,
me sube el frío hasta las rodillas.
Tu adiós: claro y conciso.
Mi pecado: el haberte conocido.
Iba río abajo, con permiso
pidiéndole paso a Narciso,
sin otro motivo que el de tus manos.
Fue un fallo amar a tu servicio.
Erré; por ser humano.