miércoles, 26 de febrero de 2020

La conocí tomándose un café y a los pies de unas escaleras
en la que los cantantes no eran bien vistos.
No era rubia ni morena
pero en sus ojos se podía leer la sal que había en su infancia.
Había llegado allí a descubrir el mundo;
yo, no podía enseñarle ni una calle.
Pero eso no quitó que me cautivara,
como cautivan las grandes canciones.
No pude evitar caer en sus redes como pescaito que lleva la marea
y eso que huí a tiempo,
aunque los segundos siguieron quemando pasada la tormenta.
Más de un lustro que no la oía.
Ni falta que hacía,
era viento de levante en la noche.
Siente a veces tanto uno que al final de la cita no quedan reproches,
aunque haya sido un mueble más al final del pasillo.

¿A dónde quieres que vaya yo?
Si nunca supe querer y, las pocas veces que he sabido,
no me han querido.
Doctorarse en ropa y sudor es difícil en según qué burdeles;
y más si no hay mostrador y las trabajadoras, del corazón,
se van de huelga cuando apareces.
"Estás demasiado guapa", nunca supe mentir.
"Nos vemos pronto", volando por el cielo.
Y en cuanto cogí el coche supe que había acabado febrero.
Y empezó a sonarme el móvil.
Y ya todo había pasado.
Hay mal de amores que duran lo que dura el largo invierno.
Toda una vida en un hasta luego.
Una mentira pegada al teléfono:
"Ojalá que volvamos a vernos"
y a partir de aquí.
Como si hubiéramos muerto.

martes, 25 de febrero de 2020

No era tu sonrisa, era un solar;
con más gatos sin tejados que otra cosa.
Ninguna amapola en las pestañas.
Un deje de temporal
y un psiquiátrico en cada bota
del que escaparon las mariposas
por las ventanas.

Yo no es que sea un caballero
pero tampoco sé disimular muy bien.
Antes de regalarte un "te quiero"
me lo tatúo en la piel,
me voy quedando ciego,
lo vendo todo a cien
y me quedo vacío
para que quepas conmigo.

Y ahora que los ojos se han cerrado
y las manos no nos señalan;
los vientos se han secado,
las lluvias cantan por las mañanas.
Y mis vecinos, que saben que no nos veremos pronto,
se extrañan.
Otra vez que cierro el toldo
para abrirlo solo si escampa.
Aunque ya serán otros latidos
los que darán ritmo
a mis mañanas.

lunes, 24 de febrero de 2020

Iba a escribir algo
pero me he arrepentido.
En el camino
he pensado que nada de lo que pueda decir merece más de un minuto.
Pero tengo alma de idiota
y, coño,
tampoco es para tanto.

No suelo perder,
pero confieso que he perdido.
Me bañé en tus ojos sin querer
pero prefiero ser yo;
a que seas tú,
la que sienta el precipicio.

Por eso escribo estos versos,
para decir en cóncavo y convexo,
que de tu sombra me había enamorado;
pero que no te molestes, corazón,
que con una cerilla
la voy a estar borrando.
Aunque quede en el recuerdo el amargo sabor a sal,
que de tus piernas había imaginado
y los sueños de unas manos
que nunca caminarán
entrelazados.

Suelo escribir mi vida a lápiz
y voy borrándola con la mano
como un zurdo
que más diestro
que siniestro
olvida lo que hizo ayer
para no tambalearse
mientras cocina el menú del día.

Me he dejado
en el supermercado el pan,
junto a la alegría.
Y ahora empujo con el dedo
lo poco que queda de mi
en el punto cero
del atasco.

Juego a que no juego
inventándome las reglas
de una existencia que nunca ha sido mía.
Y mientras pierdo y me llevo un chasco
me busco en los charcos
de un desierto que grita de agonía.

Mando callar a mis fantasmas
cuando hacen de despertador.
Y me oculto entre largas y variadas piernas
esperando que sean ellas
las que hagan de consolador
pese a que me importan una mierda.
Ellas.
Y su mal humor.

Mi pobre corazón,
que late por costumbre,
se ríe a carcajadas.
Absorbiendo el humo
que le llega de la desgana
que emana
de esta mala lumbre.
De vez en cuando se apaga la luz
y es nuestro reflejo
el que me ciega
y me destapa.

Me ahogo como pez en el agua
cuando te imagino preparándote,
cuando le acaricio el pelo antes de dormir,
cuando ya te has ido.
Me quemo como las brasas
cuando abro los ojos,
faltas en la casa
y no eres nada mío.
Entonces, crecen las ojeras
ignoro las tascas,
se me hacen las horas viejas
y mueren las miradas.
Las miradas que nunca fueron mías.
Ni de nadie.

domingo, 23 de febrero de 2020

No sabes lo que me va a costar envejecer sin ti.
La de días que voy esconderme detrás del mundo para que me proteja.
Cuántas veces me digo "¿Pero qué coño hago yo aquí?".
La de años de vida que cambiaría yo
por tenerte ahora escondido tras la puerta.
No sabes lo que te pienso, lo que te echo de menos.
Lo que me dueles.
Lo que me duele no tenerte todos los días.
Puede que ahora estés bailando frente al televisor
mientras yo sollozo recordando tus piernecitas;
borracho y sin dirección.

Me duele tanto que nunca pude escribirte;
siempre me han sangrado los ojos a sal viva cada vez que lo he intentado.
Me anclas al mundo con la misma fuerza que tiene la gravedad.
Solo sé vivir mirando hacia otro lado.
Al mismo tiempo esto me reseca.
Ni puta idea de cómo acertar.

Eres dulce de leche desde el primer día
pero me mata recordar la primera carcajada que tuviste.
Supongo que, porque de un recuerdo tan bonito, explota una idea demoníaca que me apunta con el dedo y me dice "No estarás en muchas más primeras veces"
y eso me parece demasiado cruel,
hasta para un tipo como yo.
Estuvimos en el mar y vivimos entre montañas
y no hubo día que tu forma de despertar no fuese para mi el momento más importante.
Y no puedo parar de imaginarte sonreír,
y no puedo dejar de tener ese recuerdo
de la misma forma que no puedo aguantar el agua entre mis manos.
Se me escapa.
Joder que se me escapa.
Y te vas.
Te has ido.
Y yo me muero.
Nadie va a entender lo muerto que estoy por dentro.

Libros, canciones, gateos, pijamas, potitos, pañales, cansancio, risas.
Todo en el suelo,
tirado por el viento.
Y en mi mesita de noche, tu foto,
aunque no la necesite nunca.
Y los lunes me pongo el disfraz y me tiro a donde sea
y los viernes miro al techo a altas horas a ver si ha sido todo una pesadilla.
Nadie puede entender el socavón que tengo aquí en el pecho
y que crece en todas direcciones como se expande la luz de una estrella en el firmamento.
Socavón que se inunda cada vez que te tengo y que solo yo intento llenar.
Quizás sea una batalla demasiado grande para llevar a cuestas uno solo.
Carguen sus maletas.
Prefiero silenciarme, aguantar la respiración, matarme.
Y verte en la lejanía. Aunque sea veneno.
Creo que esta es la peor poesía que he escrito jamás.
Sin embargo es una de las que más están en mi alma, con absoluta diferencia.
Todas las mañanas los pájaros vuelven a cantar.
Los miro en silencio.
Me joden la fiesta.

miércoles, 12 de febrero de 2020

Hasta cuando apriete el frío.

Cuando tengas el pelo alocado
yo solo quiero ser el viento
que te deje el corazón descolocado.
Y cuando los problemas destrocen tu cabeza
quiero ser el aliento
que congele tu tristeza.

(Quiero ser tu certeza.
Tus pies en el suelo.)

Quiero ser un "te quiero"
que empiece en lunes y acabe en domingo.
Lluevan putadas por ahí fuera
o tengamos vino en la mesa
con música lejana,
aunque no sea festivo.
Y cuando se te apaguen las luces
quiero que me uses
como a una linterna
aunque sea solo para alumbrarte la cara
y hacer muecas
para asustar a los fantasmas.
Ya me quedaré aquí
para abrazarte bajo las sábanas.
Escucharte.
Hacerte mía.
Con todo aquello que te compone.

Y si el tiempo te aprieta
quiero que quemes el reloj.
Que yo te voy a hacer una hoguera
para que todos esos segundos acaben siendo nada.
Y podamos calentarnos los dos,
como si no existiera ese tic-tac,
con las verdades que valen la calma.

No quiero ni que te sientas sola,
desde antes de empezarte a querer.
Contigo soy mejor persona.
Es pura sensatez.
¿Qué peón no siente que es imposible perder
cuando ve reír a la reina de sus amores?
Yo, que juego a las tablas.
A ser tus mares y soles.
Tu cuaderno y tu lápiz,
tu miedo, tu valentía, tu miel.
Tu Tánger, mi Cádiz.
Tu futuro, tu ayer.
Tus tardes de invierno frente al televisor.
Solo puedo abrirte mi vida de par en par.
Y prometerte tuyo.
Hasta cuando apriete el frío







miércoles, 5 de febrero de 2020

Colapsé.

Si supiera pintar tendrías ya tu propia galería.
Y en todos los cuadros saldrías
con los pelos alocados,
la mirada acoplada a una sonrisa
y con la piel tan fina
que cualquiera podría verse en tus mejillas.
Junto a cada cuadro habría un poema.
En algunos hablaría de ti,
de lo que eres;
en otros de lo feliz
que le harías al mundo
en cualquier momento de la historia
que le hubiese tocado coincidir contigo.
Puede que también hablara de las fiestas que despiertas en mi,
de cómo me pones nervioso.
O puede que simplemente me pusiera a describirte
desde los pies hasta tu pelo,
acariciando la curvatura de tu espalda,
parándome en tu pecho,
contando los segundos que hay
desde tu bajo ombligo hasta tu garganta
si hago el camino intercalando
caricias con besos.

Creo realmente que si tuviera esa galería
no dejaría
entrar a nadie.
Puede que los pintara con mis manos.
Sí sé que cada noche utilizaría
tu cuerpo como lienzo
para tener la excusa
de atarte desnuda
y crear un par de universos.
En todos ellos se apreciaría
que he llegado a la conclusión
de que, si me pareces solo un poco más preciosa,
creo que colapso.
Y no sería extraño
que en un rincón de la sala
tuviera guardada
una botella de vino
para que cuando llegaras de trabajar
nuestra única preocupación
fuese encontrar el punto de tu piel
con más ganas de ser desnudado.

Allí tendría un colchón en mitad de la habitación
y tú bailarías.
A veces te enfadarías
para que luego te convenciese con mis dedos.
En verano con el calor no existiría la ropa,
en invierno con el frío, tampoco
y todos los miércoles serían de fiesta.
Las lunas y los soles estarían en tus ojos
mientras yo admiraría el espectáculo de tu sola presencia.
Y cuando te fueras aprovecharía el tiempo en echarte de menos,
para que así cuando volvieses no notaras que tú misma te habías ido.
Y volvería a contar tus lunares,
tus maravillosos lunares.
Cuantas veces te estremezco.
Volveríamos a mirar los cuadros.
Suspiraríamos los dos.
El arte es querernos.


lunes, 3 de febrero de 2020

De todas las cosas que me gustan de ti
puedo contarte realmente muy pocas.
Porque están en mi mente revoloteando;
todas plenas, todas separadas,
todas juntas, todas rotas.

Esas cosas las voy acariciando
y las coloco entre las rejas de mis desbandadas.
Para que así cuando no me entiendas
puedas cogerlas
y sentirte mía.

Todas esas cosas las puedes encontrar en la calle.
La sonrisa de un anciano con sus nietos,
el beso de una pareja que se ama,
una ayuda y el fin de un aprieto,
la belleza de tu silueta en la ventana.

Las llevo en silencio
y en cada reflejo se me revelan.
Me buscan las cosquillas cuando duermo
siendo en mis sueños
las mejores escenas.

Tus cosas en mi, las que nunca sabrás,
son tan cálidas que podría abrazarme a ellas
como si de una tarde de primavera se tratase.
Y dejar que me hicieran suyas
de la misma forma en la que me atraviesan.