Ando a estas horas perdido. Quizás el marchito reloj marque una hora pero te está mintiendo. Son las tres. Y es miércoles. Y sé que serán las cuatro o las cinco, tal vez; del siguiente martes y seguiré aquí. Imaginándote, entre estas cuatro paredes, sin aliento. Quizás mi mayor error seas tú, ahora, mi mayor arrepentimiento; o quizás sea creer en la vida, en las miradas; creer en las sonrisas, en las vidas pasadas. El tiempo es una bomba, un "walk with care" que nace de la desobediencia, cada segundo golpea el vaivén del viento; a su antojo. Nunca sabes si el signo final será positivo o negativo. Solo sabes que estás, aquí, sin mapa ni brújula que te diga a qué has venido o por que te has ido de donde estabas. He de reconocerlo: me evado. He descubierto un no se qué de tal que me desvaría de la monotonía de la ausencia. Ahora me tiene, atrapado, en su manto, en este justo instante; como cada noche desde hace semanas me atrapa. Es el único lugar donde me encuentro, porque te pierdes. Así sí duermo, aunque te sueñe.
Pero da igual todo. Dan igual mis palabras, la falsa espera, los besos dados, da igual mi impaciencia, mi corazón, mis sueños; dan igual mis ganas, mis aspiraciones, mis pasos, mis decisiones; dan igual mis manos, tus bromas, tus ojos aceituna, tu forma de ser, tu cintura; da igual cada idea, da igual cada acto, ya da igual hasta tu voz al final del túnel. Da igual todo porque vivo en una cárcel. Mi cárcel no tiene salida; no al menos sin reventar las paredes antes. Ya todo lo que amo, todo lo que fui, todo lo que quise ser está muerto. Murió. Lloré su recuerdo, padezco su ausencia. Pero es eso, es recuerdo. Efímeros momentos de felicidad que se grabaron en mi, que me hicieron, bajo pena de llantos. Ahora cada susurro, cada piel, cada mirada, cada palabra, cada labio que se ofrecen son aceptados. Son aceptados desde el rejuvenecimiento falso de alguien que sabe que se muere a cada día que pasa, son aceptados aun fallando a mi corazón. A veces no me gusto, casi siempre me fallo y me equivoco y me contradigo. Pero no es mi culpa, al menos me digo. Me considero una víctima del sistema de fracasos de Cupido. Me considero un "ciudadano sin quién", un daño colateral de una historia que no es mía, aunque escribí partes con empeño. Soy un largo etcétera de consonantes y vocales vacías que nunca serán oídas, que nunca serán mías.
Buena suerte al caballero sin armadura que busque en el mar de sus dudas una pizca de pasión; les odiaré eternamente, les desearé lo mejor de corazón. Ojalá tuviese yo la oportunidad de un último "te quiero". Pero las cosas no funcionan así. Uno casi nunca tiene una última oportunidad. Por eso, aun a riesgo de pánico, hay que cogerlas. Hay que coger cada una de las ramas de la vida con la mayor fuerza posible. Al fin y al cabo, cada día se cae una; al fin y al cabo nunca vuelven una vez pisado el suelo.