jueves, 25 de septiembre de 2014

             Serían las siete, caía el sol. La pradera ondulaba el horizonte, los árboles me daban sombra. Yo llevaba mis gafas de sol, todo parecía más oscuro de lo que era. A unos metros a mi izquierda dos enamorados, a mi derecha niños jugando con la pelota. Sonaban pájaros a mi al rededor. Yo estaba cansado, muchas horas de clase encima; junto a mi, mi cigarro, quemando el viento como de costumbre. Yo, apoyado a un árbol, pensaba. Miraba a los niños jugar. Cómo pasa el tiempo cuando uno disfruta... Es ahí cuando estamos vivos, cuando el tiempo se escapa de nuestra percepción. De vez en cuando miraba a los enamorados, ensimismados en su mundo. Ahí también se está viviendo, cuando te ves reflejado en otro. Luego me miré a mi, solo, en mi árbol con mi libro y mi cigarro. Haciendo exactamente lo que quería hacer y con quien lo quería hacer: conmigo mismo. 

               Los seres humanos tenemos la mala costumbre de ansiar lo que uno no tiene. Si el de enfrente es bueno haciendo cualquier cosa, automáticamente (si nos interesa), sentimos la necesidad de hacerlo igual de bien y, si no lo hacemos, caemos en el error. Ese error es el pensar que esa cosa que no hacemos-poseemos es lo mejor. Y es mentira. Todo vale exactamente igual. Tanto esos enamorados, como esos niños, como yo, estábamos teniendo diferentes tiempos, haciendo diferentes cosas, cada una de ellas magníficas y perfectas en su contexto. Pienso en aquel joven dolorido que mira a la pareja y siente la necesidad de estar con su amor, o en aquel anciano que ve a los niños y siente añoranza y la necesidad de ser niño otra vez. Quizás, algún enamorado me mirara a mi en mi árbol, sin preocupaciones, y sintiera la necesidad de escaparse algún día a leer un buen libro sin decir a donde va. 

                  Cada uno, en su contexto, en ocasiones, ansía  cosas que están alejadas de su contexto. Y eso es un error. Es un error que he necesitado 21 años para entender. Todos los contextos son hermosos, el daño y el error está en cuando la cabeza de uno esta descontextualizada a la realidad que vive. Cuando la vida de uno solo tiene pequeñas necesidades descontextualizadas no hay problema; el problema es cuando toda tu vida está en un contexto en el que tu mente no está lista para afrontar. Y, ojo, esto no es tan fácil de cambiar. Existen dos tipos de sentimientos. Aquellos que pueden ser controlados por la razón, como el hambre, la necesidad de hacer deporte, etc... Dígamos que los mundanos. Y luego están los sentimientos en sí, los que nacen de la parte emocional. Estos nos forjan y nacen de múltiples factores que nos llegan tanto de las experiencias vividas, como de lo que es uno mismo o de lo que aprendió de niño; las emociones se instalan en nuestra cabeza a largo plazo al igual que su camino de salida es a largo plazo. No hay mayor lucha en un hombre que aquella que se libra contra lo que uno es y quiere dejar de ser para poder nadar en un nuevo contexto.


             Y luego, más allá de nuestros contextos y nuestras realidades, están nuestras utopías. Nuestras pequeñas verdades absolutas que no cambiaremos nunca; eso que, quizás, a cada uno, nos haga diferentes al resto. 

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           Si alguna vez he dado más de lo que tengo 

                                           
                                   me han dado algunas veces más de lo que doy, 
                                            

                                                        se me ha olvidado ya el lugar de donde vengo 
                                                                                         


                                                                                          y puede que no exista el sitio adonde voy. 


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"Lo bueno de los años es que curan heridas. Lo malo de tus besos es que crean adicción."

domingo, 21 de septiembre de 2014

Lo hice silenciosamente, para que no me oyeras.
Al subir, mentí.
Aunque tú no lo supieras.
Estás de espaldas, allí,  me da tu pelo.
Me persiguen un par de ojos;
viva el consuelo.
No parecemos nosotros,
al menos en estos tiempos.
Tú mueres por él, yo a ti no te quiero.

Porque al subir, bajé de mi barco.
Crucé el río, me tapé del sol.
Al subir, caí.
Hice un mal trato,
metí tus cartas en el cajón.
Al subir, crecí...
Como cuando era joven, sin rencor.

Y ahora te arrimas y te canto.
Y me miras y me alejo.
Ahora me acaricias, y yo te dejo.
Cuando te arrimas, no me rajo.
Tú no eres quien debieras,
yo no quiero ser de nadie.
No juegues a ser sincera,
que aquí no me traen tus alardes.
Tú juega a desnudarte entera,
no me pidas que me pare.
Anda, acércate y sueña.
que no haya Dios que nos calle.



viernes, 19 de septiembre de 2014

                Estas palabras que escribo no nacen de antes. Es mi manera de hablar, no es un lenguaje que aprendí, son mis vellos, que se ponen de punta, cuando intento expresar lo bello del goteo del mar de tu pelo apaleando al desierto de mis aspiraciones perdidas. No me enseñaron a hablar para tenerte, esto que escribo tuve que hacerlo, aprehenderlo; de mi, en mi, para ti. Para encontrar el suicidio. No recuerdo tu cara y tu olor me sabe a viejo. El silencio me sale a ratos cuando intento encontrarte a lo lejos. En ocasiones veo fantasmas, fantasmas en sábanas blancas. Tan blancas como mi apellido, que está en mi sin pedirlo, que me persigue allá por donde vago sin hacer halagos de lo que nunca pido.

                   Estas, mis palabras, son obras de mis pasos; de yo en el tren, en el aeropuerto. Yo, dentro de un universo de suposiciones. Todo lo que lees, todo lo que leo, no es más que la creación de aquel reo que no tiene vallas y que considera que la única vía es quedarse en la línea de salida. Agazapado, espero; espero que no pasen los minutos, espero quedarme atrapado aquí, entre estas letras y respirar, respirar el aire que me persigue. Puede ser, todo puede ser; el aire rozando mis mejillas mientras me hago yo utilizando los restos del naufragio. Y me miro, no veas si me miro; ayer, ahora. ¿Qué hacía? ¿Qué hago? ¿A caso todo lo que hago es lo que quiero? ¿A caso sabe uno dónde está cuando sabe que no está cuerdo?


                      Mi punto actual es una idea. Es un "¿qué hago". ¿A caso algo tiene sentido en este bosque de despropósitos? Y miro, lo miro todo. Soy un telescopio que apunto a una Luna que sé donde está; y miro, miro de reojo, pero nunca directamente. Espío desde mi pero nunca hacia ti. Y deseo. Te deseo en la mejor situación. Y me alegro. Y me dueles. Y me llenas. Y me vacías. Y me curas. Y me matas. Y me das la vida. Y me hago aquí y ahora. Me hago sin querer, me hago más yo. Cada vez más lejos de ti. Y te imagino. No veas si te imagino. Te imagino en tu sonrisa; donde sea, con quien sea. Y me callo, no veas si me callo.



jueves, 18 de septiembre de 2014

Veo el latido, a lo lejos.
Siento el silbido, cuando se acerca.
Me persiguen, son violentos;
son las peticiones mudas,
las carcajadas que envenenan.
Los dioses adorando a Judas.
La traición empuñando las sábanas.

Son los pasos del mañana,
que se esconde en un ahora 
que nace de mi locura. 
Son los pies del que no se cura,
nadando entre las hojas
del árbol de la poca cordura. 


martes, 16 de septiembre de 2014

                  Estoy en otro lugar. Se nota. La luz al final es tenue, como allá; la diferencia es que acá pocos me entienden. Subo los escalones, me aplauden. No saben quién soy, no saben qué les voy a contar. Avanzo, como puedo, entre un mar de cuadros. No los veo, no me ven. Me presentan, me presento; la educación por delante, decía mi madre, y doy las buenas noches. Son las tres, aunque para ti serán las cuatro, será que mis mensajes siempre te llegan una hora después de que te los mande; será que te haces la dormida a estas horas para no escucharme.

                   Al fondo, junto a la luz una chica. Era morena, piel blanca. No alcanzaba a verle la cara, no me hacía falta. Tu estatura. Probablemente nunca sepa quién es, ni quiero, ni me importa. Su silueta era perfecta, me distrajo, me sentí en casa. Era, es y será una desconocida. Se hizo el silencio; en mitad de mi cuento me paré, de todas formas pocos sabían que me había parado, la mayoría lo interpretó como una pausa. Y es cierto, no se equivocaban, era una pausa. Fue un desliz del tiempo. A veces, sin saber cómo, el cielo da pistas. Pocas  y malas, por lo general; pero las da. Las musas existen y, por lo que se ve, a veces, asisten a tu encuentro; aunque se disfracen de "don nadies" y se presenten como la salvación... Sin tener remedio.

                   Evidentemente, aquella desconocida no era mi atención. No me interesaba. Lo que sí me dejó medio idiota es a lo que me evocó su sombra, mientras me escuchaba. Solo le faltaba tu acento. Solo faltaba que fueras tú. La mayoría de las veces el corazón engaña al cerebro. Uno hace cosas que no haría, dice cosas que no haría, besa a personas que no besaría. Pocas veces mi cerebro engaña a mi corazón. Esta es una de ellas. Cada vez que ocurre es más inverosímil. Recuerdo la primera vez que te confundí con alguien que no eras tú. Estaba en la playa, estaba oscuro y yo venía de la orilla. No eras tú. Pero joder que sí que lo eras. Creo que nunca nadie me ha visto con tan cara de pasmarote. No hablo de pequeñas confusiones en la calle, de alguien que pasa a lo lejos. Hablo de tenerte en mi olvido y tenerte de repente cerca, de no recordar ni tu sonrisa ni tu pelo y de repente olerte; hablo de ser yo alejado del nosotros que tuvimos y, de repente, verte y no verte en el cuerpo de alguien que no eres tú y que, en más de una ocasión, no quería que fueras tú; porque tú, eres única. Hablo de pasar a tenerte en ese olvido a que te apoderes de cada una de las partes de mi pensamiento. Hablo de estar en estado de shock; hablo de querer saltar en el tiempo, aunque solo fuera un segundo, aunque solo fuera para tenerte delante la última vez que te vi. Cuando uno se aleja uno piensa que se va distanciando porque la cabeza se va llenando de otras cosas, pero el alma es el alma y no perdona.

  


                  Son pequeños instantes, pequeños momentos en los que, estoy seguro, mi cabeza me miente para hacerme viajar a una realidad que no es esta; a una realidad que no sé si quiero y que considero imposible. Pero que como toda utopía, es preciosa por su ausencia. Alcanzar lo inalcanzable o tener lo que no puedes tener; es una idea maravillosa que te condena al desahucio de los sueños. Estas y no estas, miras y cierras los ojos. Hablas, te callas, vuelas, andas, te precipitas al vacío y te agarras a la última rama. Al principio me daban miedo esos "encuentros". Luego acabé metiéndolos en mi pequeño cajón de los milagros en los que creo y apreciándolos de la misma manera que los temía antes; sin medida.
                

jueves, 11 de septiembre de 2014

Cuando suena el teléfono no sé quien me llama.
Será el moreno que cogí en Granada,
noches y tardes, a la luz de la Alhambra.
No sé quién me busca cuando pegan a mi puerta,
quizás mi sed, mi playa,
quizás mi alma que está muerta.

Serán las salinas de San Fernando,
mi mar del plata.
Quizás cuando me buscan llaman a mi tiempo.
Las luces me miran, se van apagando,
conforme mi vejez avanza
mientras la mueve el viento.

Tal vez quien me busca vive a mi lado.
Escondida en un mar de antenas.
Quizás viva del pasado
dentro de un sin fin de caricias llenas.


            Mi buzón está lleno de cartas que no tienen remitente, de mensajes que no nacieron de lo que yo movía. "A cada puerto, un amante." O eso decía el quinto tripulante de todos los barcos que partían hacia el nuevo mundo. Ahora miro hacia un lado, como el que conduce. Ahora el camino está servido, los tiempos están muertos y respiro, joder si respiro. Con más fuerza que nunca. Y miro, miro por el retrovisor, qué bien me han sentado los años, que daño hacen las mentiras piadosas que bajan de la conciencia al corazón. "La soledad no está tan sola" decía Fito, y es verdad; no existe. Las creaciones mentales son utopías al revés que nacen de la discordia; no lo olviden, nada existe, todo se transforma.