sábado, 21 de junio de 2014


          Y entonces, solo entonces, eres consciente de que tu llegada a esta realidad no ha sido una casualidad; cuando cada mañana se hace sorprendente ya todo es inigualable; sabes que no habrá mayor felicidad que la que sientes justo al despertar; cuando tu mente está libre de pensamiento sin valor, del hambre, de los deberes, de los quehaceres o no quehaceres. Pero sí está completa, sin embargo; cuando estás, claro, por una sola cosa: el placer de ti. Placer que se concentra en un instante; pero Dios mío... ¡Adoro ese instante!

        A veces echo de menos no poder ser el aire; si lo fuera estaría siempre en todos tus sitios; poder ver cada movimiento de la alegría sería todo un sueño; hasta el más pequeño y "a priori" insignificante avance de tus cuerpos, cuando te creas, es magia. Yo aprecié, aprecio y apreciaré cada segundo de tu cercanía como si fueran años; y cada gesto, cada mirada, cada palabra que en algún momento salga de tus labios es como si el universo se concentrara en un suspiro. Con eso solo todo dejara de importar; cuando tú te mueves la razón del estar aquí deja de ser importante. Saca tus alas, ilústrame.

          Y entonces, solo entonces, entiendes que cada paso que he dado en esta vida ha merecido la pena; y entonces me doy cuenta que la única razón que es relevante es la razón del corazón. Esa razón que a veces se va y que a menudo se disfraza de diferentes personas. A cada tarde y a cada noche. Eres tú, el amor. Casquivana y novia de nadie, muñequita de porcelana, perdida, encontrada, fiel, eterna, efímera... Tienes tantas formas; todas hermosas y todas criminales. Eres el amor. Un día calmas los despertares, una noche paras un corazón.

martes, 17 de junio de 2014


              Los niños, tras los cristales. Diciendo adiós. Se van, para no volver. El reloj les cambiará y les transformará en una fotocopia en deterioro; un poco más gris, un poco más quemada. Sonríen, no saben a donde van. Nunca lo saben. Son niños y se sienten seguros. Les da igual a donde van; solo saben que no estarán, mañana, donde durmieron hoy.

                Lo cierto es que desde donde yo estoy es imposible ver ya sus caras. El movimiento del tren hace imposible prácticamente visualizar sus miradas. Es el movimiento del tiempo y del espacio lo que me impide poder fijarme en algo que está pasando a pasado mientras maltrata a un presente que se sabe en el corredero de la muerte. Es el fin, debe de pensar, a cada segundo. Se muere y no podemos evitarlo. Es su naturaleza: nacer y morir, casi al mismo tiempo. Casi como nosotros, que ni estamos vivos ni estamos muertos. 

                Son incapaces de imaginárselo. Mi dolor, mi amor, mi paz, mi silencio. Ahí dentro nadie es capaz. Es tarea de reembolso. Ya se fueron. Es de noche y sólo veo luz. Sí, estoy a oscuras pero hay luz. Luz que me ciega, que me quema; que no me deja respirar. Solo hay luz cuando debería de haber sombra. Arde la noche, en mi, y se queda sola, en ella. De día todo está oscurecido, el sol calienta pero no quema, ni siquiera escuece ni por debajo de lo pecado. 

               Me curo en salud y me enciendo un cigarrillo. ¿Qué más da a dónde fueron los niños? ¿A caso les importaba yo mientras saludaban al infinito? ¿Qué soy? Solo un montículo de emociones de las que solo me preocupo yo. Soy un grano de arena en el infierno. Retorciéndome sí, pero al menos solo. Ni formo parte del dolor de otro ni me flagelo mientras me flagelan. Simplemente formo parte del infinito que yo creé a base de tropiezos y decisiones óptimas (respecto a la discordia). Soy un grano de arena sí; estoy en el infierno sí. Pero vuelo, vuelo con tan facilidad que soy prácticamente invisible. De hecho, esos niños jamás me vieron; de hecho, si alguna vez lo hicieron, han perdido absolutamente toda oportunidad de volver a verme.

miércoles, 11 de junio de 2014

           No se puede afirmar que me engañaba cuando me mentía, se llamaba osadía y desde el primer día tuvo la cobardía de avisar. ¿Quién tiene siete vidas y dos ojos de gata callejera? No se va con cualquiera, de su noche se espera un broche de promesas incumplidas. Mejor no equivocarse, no me pidas jamas lo que no doy. "Ya sabes como soy, y si quieres me voy", dijo cuando acabó de desnudarse.

            Ya ves, llegar a fin de mes. No era con ella asunto de dinero, se trataba más bien de merecer un tren de pasajeros. El tsunami de un mar hecho mujer, dispuesto en cada ola a renacer. Se llama herejía, ¿cómo voy a saber si me engañaba cuando me mentía? 
    
            Maestra en confundir al diablo y al rey de los altares. Me citaba en los bares con fuegos malabares y luego se olvidaba de acudir. La mañana y la tarde, que vaivén entre alarde y agonía. Todo lo confundía con su swing porque sabía mirar como un crepúsculo que arde. Callada por respuesta cuando jugué al dolor de corazón. Su boca era un buzón de voz sin compasión dormido hasta la hora de la siesta.

            Ya ves, llegar a fin de mes. No era con ella asunto de intendencias, se trataba más bien de comprender la pura impertinencia... Del sol cuando se cansa de asombrar, del mostrador a la hora de cerrar. Se llamaba ironía y no puedo jurar que me engañaba cuando me mentía. Ya ves, llegar a fin de mes no era firmar un parte de sucesos, se trataba de envejecer huérfano de sus besos; con fantasmas que aprenden a crecer, abrazos que se mueren por volver. Se llamaba utopía, me gusta imaginar que me engañó cuando se despedía, que me engañó cuando se despedía.


Joaquinito de Baeza.

martes, 3 de junio de 2014

Fui el primero en fijarme en sus ojos;
soy el último que cada noche sueña con su mirada.
Me quedo esperando a que no quede nadie durmiendo,
los buenos cuadros, como las buenas canciones, se aprecian mejor en la soledad,
del silencio.

Al fin y al cabo es donde mejor me encuentro.
Callado, en mi, sin saber el lugar exacto donde estás.
Deseando sonrisas con felicidad.
Los versos del alba tapados por las nubes de lo incierto;
vaya retórica más infame.

Los caminos del señor son inescrutables,
o al menos eso dicen los que tienen algo en lo que creer.
Me encantaría ser por un día un creyente más;
imaginarme en el mundo de las creencias de mentira, pero que te hacen estar tranquilo.
A día de hoy no he aprendido a engañarme, lo siento.
Sigo siendo el mismo idiota que aprendió a andar,
solo que ahora me caigo más que entonces.

Escribo por motivos que no alcanzo a querer,
releo lo anterior y no encuentro ni un verso.
Será que eso es lo que queda de mi,
el resultado de una guerra que no ha dejado títere con cabeza
y que pervive por el sentimiento errático del que se siente más cerca.

Como dice un poeta "vengo de muy lejos y me sé todos los cuentos".
Yo me sé muy bien los míos, que no son pocos.
De donde yo vengo no viene nadie.
Ergo nadie puede entenderme.
Y no pido que nadie lo haga; al fin y al cabo cada uno de nosotros somos el resultado de nuestras experiencias vividas.
Yo tengo una condena; formo parte de un queso Gruyere que tiene más agujeros que el Valle de los Caídos en la memoria.
Y me aferro a ello, con sus virtudes y con mis fallos, a sabiendas de que es lo mismo lo que me compone y lo que me mata.

Soy ese que se conforma ya con que todo te vaya bien.
Soy el que se despide durante la vigilia.
Soy el que camina sin mirar atrás pero que se lleva una foto para recordar a los que no están.
Al fin y al cabo, así, es la forma de estar más cerca.
No soy más que nadie, ni menos. Soy yo, con todos mis defectos a cuestas y los acepto. Son mis cicatrices y aprendo, cada día un poco más, a vivir con ellas.




Me encantaría ser la peor persona del mundo pero va a ser que no.
Seguiré igual, aquí y ahora, mirando con un ojo lo que me viene; mirando con el otro lo que no alcanzo.