lunes, 21 de julio de 2014

Vuelo en lo más profundo de tu alma. Me quedo quieto, me asustas. Me tiemblan las piernas, se me caen los abrigos. Me muero, me muero porque te vas. Me giré y ya no estabas; te miré. Te miré y me helaba al ver tu mirada hecha cenizas y a mi alma espantada detrás del bosque. No escriben mis manos, es mi alma que se calcinó y se intenta curar con agua, sin solución, sin consuelo. Últimamente no pienso mucho en ti; me lo he prohibido. Intento que el poder del ahora pueda más que el poder del no-tiempo. Pero me es imposible; eres una errata en mi libro que no puedo olvidar; una mancha en la esquina superior de mi cuadro preferido que es imborrable ya que, eliminarla, conllevaría olvidarme de donde vengo. Además, por si fuera poco, no llego a dicha esquina; de momento me queda demasiado alto. 

Tus ojos no son amapolas. Si lo fueran los habría plantado en mi jardín y los hubiera cuidado hasta que no me quedaran fuerzas. Tus ojos son golondrinas. Hermosas, únicas, que vuelan en el firmamento, en silencio y dibujando, sin cansarse, las mejores figuras; siempre más allá de mis manos. Mi balcón ha sido sellado. Mis pies andan y andan con el rumbo del que se sabe allí, más allá de la mar y no en aquel lugar del que partió. Estoy angustiado; "respira, respira" me digo. Y me niego y me zambullo entre la oscura noche; hago ruido en el silencio y nadie me escucha; nadie, al menos, en mi idioma. ¿Lo oyes? Es el viento, viento de cambios. Viene, mi velero se deja llevar. Está aquí, se ha asentado conmigo y me está convenciendo; me susurra al oído, muy bajito, aquello que necesito. ¿Que necesito? ¿Qué necesito? Buena pregunta, no lo sé. Necesito el sol, sí. Pero quema tanto. Es tan bonito y a la vez mortal que quizás mi solución, y la que mejor me va, es observarlo desde lejos y con gafas. 


Y aquí estoy. Con mi maleta, en mi estación: la de hoy. Mirando al cielo porque voy a volar. Y allí está el sol. El problema es que él no es mi destino. Yo voy a la luna; me está llamando. Lo que la luna no sabe es que desde cualquier punto de este mundo, y de ella, puedo ver el sol. Lo que yo sí sé es que lo estaré mirando hasta que la distancia y el tiempo me lo arrebaten; es mi condena y de todo el que me rodee; quieran o no, lo sepan o no. Vayan con Dios. 

martes, 8 de julio de 2014

Abre los labios, 
enseña los dientes, 
la lengua que habla, 
los ojos que asienten; 
el pelo a la espalda, 
mis manos que muerden, 
los sueños que nadan, 
mis versos que ascienden. 
Tú que te acercas, 
yo que me voy; 
la noche que se aleja, 
yo que no estoy.
  
              Esmeralda, negro y rosado. Así se anunciaba. Eran las tres y yo dormía, y tanto que dormía. Hace mucho tiempo de aquello; tanto que mis manos, a menudo, me preguntan donde están esos momentos, aun así lo recuerdo como si fuese ayer. La luz entraba entre las grietas de mi persiana, y yo, me removía (como si me hiriera) por la sola dolencia del brillo en la pared. Recuerdo que la cabeza me daba tumbos, mi camisa estaba sudada y había una botella vacía encima de la mesa de mi cuarto. La noche fue larguísima, y así lo atestiguaban los tacones que, sin saberlo, habían dejado su presencia junto a la entrada. A veces el despertar es peor que una tortura, al menos eso experimento de vez en cuando. Las presencias, como las ideas, son idóneas cuando se llevan a la práctica. El problema es cuando las inventas. Lo mejor de las ausencias es que las disfrazas. Al disfrazarlas te engañas, y eso, en determinadas ocasiones no viene del todo mal.

             Yo me hice experto en engañarme. Y no me quejo. No es mi culpa, ni la de nadie. Es pura supervivencia; como el antílope que corre hacia el infinito sin mirar atrás aunque el león ya ni esté tras sus pies. La silla por el suelo me daba una pista sobre lo que pudo haber pasado. Quizás la ropa de mujer junto al armario pudo haber sido la puntillita a mis especulaciones. Quizás, quizás y quizás. Es curioso como funciona nuestra cabeza. La zona encargada del cerebro de mantener los recuerdos es la misma que genera la imaginación y los sueños; ergo, ¿hasta qué punto lo que recordamos es una experiencia vivida o un "recuerdo" inventado? Jamás me dolió tanto despertarme. Jamás. Habrán pasado meses y esa pesadilla sigue en mi imaginario. Me desvelé convencido de los tacones, de la ropa y de la persona que estaba a mi lado. Era tan real como la lluvia que ahora azota la ventana de este tren sin rumbo, ni dirección, que es mi vida (aunque la metáfora venga al dedillo no se engañen, está lloviendo y paso de mojarme; dejando el melodrama aparte, parafraseo a Laporta "No se engañen, que no estamos tan mal"). 

             (Vuelvo a mi noche loca, a mi mañana de insomnio) No era esmeralda, no era negro aunque sí que era rosado. Los tacones no eran los que yo esperaba y la ropa era de una talla más; no me llenó el corazón pero sí que me dio alegría. El problema es que al llegar la mañana su presencia me era tan indiferente como la de cualquier otra; mi perro, de hecho, era más importante para mi en ese momento. No sé qué dolió mas si el echarla o el que se sintiera echada; solo sé que me dio igual y que no me arrepiento. Al fin y al cabo ser lo que a uno le sale ser, más allá del quedar bien, es lo que le hace a uno crecer. Al dormir fui uno, al despertar volví a ser yo; es más culpa mía que de nadie; pero es la vida. Solo puedo controlar lo que está en mis manos y lo demás; lo demás vuela más allá del cielo y me es imposible controlarlo. 

sábado, 5 de julio de 2014

Ventana al desquicio.

               Ventana al desquicio. Aquí viene mi noche; escrita en prosa, abierta hasta en las playas. Encerrada en las arcas de la hermosa vista del que se esconde. Me quedé ciego por sugerirle al cielo que estabas con él. Saqué mi paquete, cigarrillo entre los labios, nada de sabio, me muero. El infierno con Belcebú, asqueado de trabajar a deshora, de soñar a que vuela entre tus suspiros; se quema, arde y no sabe a quién pedir ayuda; se vuelve precioso, como el zafiro, mientras se desvanece. Destrocé los cables por matar la hambruna del que no ama, ahogué mis penas entre las piernas de quien no le da la gana de saber mi nombre.

              Ventana al suicidio. Como el que pierde, como el que mata. Como el que lo tiene todo perdido; aquel al que le brillan los ojos al ver partir su tren. Carambolas que casi salen; el viento que cambia, las miradas, por favor, que señalen. La ley del que te engaña, la astucia del que amaña y gana. Eh, tú, que miras y no sabes, que hayas y no vales. Sí; tú, cuidado con lo que haces, no te desates ante lo que crees. Mira bien donde pisas, ten presente lo que haces con tu destino; no olvides que somos nada más, y nada menos, que el resultado de las decisiones que elegimos. 

                Ventana que abro; se me olvida la llave. No lo sabe, pero la que me sigue da igual. Es solo una sustitución. Se está yendo. Escucho como se ducha. En otra ocasión entraría en ese baño. Sé que me espera, me llama. Sin embargo estoy aquí. Haciéndome el sueco. Hoy ya no es ayer sino mañana. Y todo lo que me llevó a robarme las verdades que yo siento, ahora, ha desaparecido. Vuelvo a ser yo, se fue el alcohol que nos enredó entre estas sábanas. Mi cicatrices relucen y las escondo. No hay función hoy, se acabó el trabajo. Mañana será viernes, pero de momento es jueves y eres lo mejor que tengo, me digo a mi mismo. Me levanto y hago lo que no siento hacer; me curo a base de vacíos. Es lo que me queda, hasta que yo no abra mi ventana no hay más razón que la que mueve la piel y la carne; el corazón ha muerto. Abro la puerta, me desnudo, Sancho y Don Quijote, menudo nudo, en el estómago. Entro y desaparezco.