No os mentiré. No vine aquí para eso. Os voy a contar qué llevo dentro, aquí, en el pecho. Es grande, no lo olviden; pero sobre todo no se despisten, ya que lo que les voy a contar no tiene mucho sentido.
No tengo nombre, lo perdí mientras vivía. No recuerdo cuando nací, ni sé en qué momento; exactamente, entré en coma. Todo está oscuro, solo siento. Sentir es la antesala al sinsentido, es decir, no queramos vivir la vida con cabeza y corazón, no se puede. Esto, chicos, es una contraposición constante; una guerra que nadie gana y todos perdemos. Desde el principio hasta el fin, todo lo que vivas, es para nada... Desde el principio hasta el fin es para todo.
Cada uno le da una temporalidad a las cosas que le ocurren; vosotros, aún jóvenes, no lo entendéis pero conforme vayan pasando los años os daréis cuenta que, a veces, uno nace y muere varias veces en la vida. Esto no es malo, siempre y cuando mueras y resucites. Yo, soy un caso especial ya que recuerdo perfectamente como nací. No físicamente, claro está; de eso solo recuerdo el día... Y por repetición. Curiosamente sí recuerdo mi "primer" nacimiento; y si lo recuerdo es, precisamente, porque no he salido de la agonía de esa "vida".
Y no me siento mal. Porque convivo con ello. He conseguido dormir una necesidad. Nací con su primera mirada; ni siquiera hubieron palabras y yo ya caí. Uno no se lleva lo que se merece, no es lo normal, por eso a estas alturas no me flagelo. En mi corazón no cabe sitio para nadie más y ni siquiera tuvo que cogerme de la mano para convencerme. Eso no lo tendrá de nadie, pero no es mi juego. Llegado a un determinado momento uno decide entre olvidar o sobrevivir. Yo, ingenuo soy, decidí no hacer nada de ello. Cogí todo mi amor y en vez de tirarlo al olvido, lo metí en mi maleta y lo llevo conmigo a rastras. ¿Quizás para devolvérselo alguna vez? Quién sabe; solo sé que mientras intentaba exterminarlo me mataba a mi. Sigo aquí, con mi maleta llena de escombros; mirando al infinito. Y me siento bien. Sigo viviendo, queriéndola, paralelamente.
Además, de vez en cuando, me siento delante de un papel y le escribo sonetos; a ver si con un poquito de suerte alguna noche, el azar, le regala alguno en forma de sueño. Y no es ganas de torturarse porque no sufro, ni estamos hablando de autocompasión. ¿Saben por qué lo hago? Lo hago porque sentarme en mi silla, noche a noche, a escribir, sobre ella y sus virtudes, me hace estar cada día, durante unos minutos, a su lado. Porque durante ese tiempo, cierro mi cabeza y mis ventanas, abro mis manos, dejo la llave en la maceta, digo lo que siento y ella aparece en forma de musa por la puerta. Me inspira y la veo. A veces, la toco. Es la única forma de seguir, un poquito, a su lado; es la única forma que tengo, al menos, de seguir un poco cuerdo. He corrido, estudiado, besado, llorado, comido, dormido, peleado y todo lo que se puede hacer en esta vida; y siempre con un factor común: mientras, la quería.
En esta vida uno puede pelearse con la realidad o aceptarla y vivir a su lado. Yo dí la pelea por perdida. Estaba perdida de entraada. Así que decidí unirme a ella, dejar que me envenenara y buscar un antídoto lo más pronto posible. Y ahora, cada noche, antes de dormir me acuesto entre estas sábanas; mirando a mi ventana cerrada por la persiana. Pronto, esa persiana, no estará; al igual que otras muchas que estuvieron y se fueron dando patadas a la razón. El amanecer viene de camino, tras mis pies. ¿Con otra vida? No lo sé, solo puedo decir que ya hasta le estoy cogiendo el gusto a estar metido en esta. Quien me quiera resucitar me va a tener que matar de esta y convencerme. Me quedo en mi calma maldita, con mis ojos de gata. Aunque no me miren, aunque tengan otro punto de vista más allá de mis sentimientos.